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Jorge Edwards y el poeta

Ha fallecido Jorge Edwards, uno de los más importantes escritores chilenos del siglo XX. Tuve la suerte de conocerlo en Madrid, y sostener con él algunas conversaciones inolvidables. Esto ocurre inmediatamente antes de que recibiera el Premio Cervantes de manos del Rey de España, en Alcalá de Henares. Este premio es considerado el Nobel del habla castellana.

Afable, de gran sentido de humor, de fina ironía y agudo pensamiento crítico. Años atrás había dado muestras al mundo de su coraje, cuando en 1970 es declarado persona non grata por el régimen de Fidel Castro, hasta donde llegó como representante diplomático del presidente Allende. Fue expulsado de la isla por apoyar a los escritores disidentes perseguidos.

Tras esta experiencia escribió una de sus crónicas más célebres, “Persona Non Grata”, que le valió el repudio de buena parte de la intelectualidad de izquierda latinoamericana y europea quienes lo tildaron de traidor, alineados con el régimen cubano y la revolución.

No ocurrió lo mismo con Neruda, amigo de toda la vida con quien coincide en la Embajada de Chile en París. Neruda enviado allí también por Salvador Allende, luego de una petición de sacarlo de Chile de su esposa Matilde Urrutia, que lo sorprendió in situ con una sobrina suya que vivía con la pareja en Isla Negra.

Neruda agobiado por la situación llegó a Paris en calidad de imputado por Matilde. Sin embargo se las arregló para mantener contacto con la sobrina de Urrutia, a pesar que su oficina, en la embajada ubicada cerca de la Torre de Eiffel, era frecuentemente allanada por Matilde. ¿Cómo lo hizo el poeta? Recurrió a su amigo y en ese momento secretario de la embajada de Chile en Francia, Jorge Edwards.

En una tarde libre de miradas indiscretas Neruda entró a la oficina de Edwards con unos sobres en la mano. Eran cartas de la sobrina de Matilde con quien el poeta seguía en contacto. Le enseñó la letra y le advierte que empezarían a llegar cartas con esa letra a nombre de Jorge Edwards. La instrucción fue que esas deberían quedar en una carpeta aparte, para luego ser entregadas a su destinatario real en algún bar cercano a la embajada, a cubierto de las redadas que hacía Matilde en el despacho del embajador, y de las miradas indiscretas o infidencias de algunos diplomáticos que Matilde había logrado alinear.

Lo mismo ocurría cuando Edwards viajaba a Chile. Neruda entraba un par de semanas antes a su despacho con una lista de regalos para su sobrina política, el escritor disciplinadamente hacía las compras y traía los regalos a Chile. Nunca quedó muy claro el tema del reembolso, el poeta era un hombre regalado y regaloneado universalmente, literalmente era así, de modo que no lograba distinguir bien las atenciones hacia su persona, de sus obligaciones. Lo que por cierto tampoco representaba un problema para sus cercanos, quienes se sentían halagados con la compañía y atenciones que les hacía, como eran las fiestas y juegos en Isla Negra, donde estaban siempre invitados. Ellos y ellas no solo veneraban a Neruda, sino que lo mantenían en un pedestal a veces inalcanzable. Edwards no era de esa corte, pero comprendía los códigos y la situación le causaba cierta gracia. Así miraba la vida con un elaborado sentido de humor y pensamiento crítico, tolerante, culto y defensor intransable de la libertad a través de su privilegiada pluma. 

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