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Hostigamiento y acoso en las escuelas

Valiente, ágil y muy directa ha sido la alcaldesa de Providencia al abordar la denuncia de acoso que presentaron un grupo de alumnas de establecimientos de su comuna.

Es una señal muy positiva que la máxima autoridad sostenedora de los colegios de la comuna actúe con velocidad, levantando la voz para garantizar que estos actos no quedarán impunes, y advirtiendo a los adultos que habiendo conocido los hechos y no hayan actuado con diligencia para apoyar a las víctimas y evitar que estos actos se sigan propagando, que deberán asumir las consecuencias de su negligencia (o complicidad). No obstante, estas acciones son insuficientes.

Es necesario abordar esta problemática con una perspectiva más integral, poniendo el foco en lo que precisamente es el propósito de los centros escolares, esto es, en la formación.

¿Hay algo que esté fallando en el enfoque pedagógico o que se pueda hacer mejor?, ¿podrían los colegios hacer algo para que sus alumnos tengan una conducta responsable y con un estándar ético más alto?

Si hay algo que no ha funcionado como debía, es la formación cívica que tendría que estar ocurriendo en los colegios. Por lo pronto, hace seis años señalaba en esta tribuna (“Educación Cívica: ¿Moda o Necesidad?”) que la formación cívica para no quedarse solo en el eslogan de una campaña publicitaria, tenía que, aferrada a ciertos pilares ineludibles, llevarse a cabo bajo una perspectiva práctica antes que teórica o únicamente procedimental. Y es que lo propio de esta temática es ser una práctica performativa y no meramente una clase descriptiva. Para decirlo de otra forma, una educación cívica de calidad no consiste en el dominio de teorías, conceptos y procedimientos, sino que implica la formación del carácter y el desarrollo de virtudes de los niños y jóvenes.

A costo de ser reiterativo, pero creo que el contexto lo amerita, conviene recordar que el eje educativo de una educación cívica sustentada en la formación del carácter y orientada al desarrollo de virtudes debe estar fundamentado en al menos ocho pilares: promoción de la integridad moral, educación de un recto sentido de la justicia, formación de una sólida ética de la responsabilidad, formación de un espíritu de servicio, fomento del principio del hacer bien hecho, instrucción práctica de una genuina capacidad para valorar la dignidad humana, el cultivo de la amistad cívica y la práctica de la cortesía como pórtico a las virtudes sociales.

Entonces, un buen curriculum tiene que ser capaz de contener esos ejes, los que se tendrían que verificar tanto en una respetuosa convivencia escolar como también en una responsable participación de la vida social.

Ahora bien, la intolerable experiencia denunciada en la comuna de Providencia debería ser considerada como un enorme llamado de alerta a las comunidades educativas. Estas, si bien tienen que ser eficaces en la prevención y resolución de conflictos, bajo una perspectiva pedagógica integral sin embargo, primero tienen que cumplir el propósito de ayudar a florecer a niños y jóvenes, lo que supone la formación del carácter y el desarrollo de virtudes. 

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