Share This Article
¿La baja evaluación pública que suele acompañar a los jefes de Estado en ejercicio, es atribuible a: una forma caprichosa de manifestación social o que los actuales líderes se olvidaron de cómo gobernar?
Platón (427 – 347 a.C.) pensaba que, para lograr un buen gobierno, los agentes que ocupaban cargos públicos debían convertirse en auténticos filósofos. De acuerdo a la definición de los pensadores de la antigua Grecia, un buen equipo de Gobierno debía ser capaz de reflexionar sobre la esencia, las propiedades, las causas y los efectos de sus decisiones de política pública -especialmente en lo que se refiere a los ciudadanos y su nivel de calidad de vida- y actuar en consecuencia en un marco de sostenibilidad, justicia social y democracia liberal.
Para lograr dicho cometido, el Estado dispone de, al menos, 3 herramientas de gestión pública no excluyentes y rivales entre sí: la gestión del ordenamiento social y territorial; la gestión de la justicia social y la gestión del crecimiento económico. Del uso de dichas herramientas, en su justa medida, depende el desarrollo y la mejor calidad de vida de la población.
La gestión del ordenamiento social y territorial, está directamente relacionada con el nivel de libertad y autonomía con la cual los individuos se organizan y el nivel de descentralización con la cual se administra el territorio. En los últimos 40 años, Chile ha optado por un modelo descentralizado en el funcionamiento de los mercados, pero con un alto sesgo de centralismo en las decisiones del ámbito público y privado. Esta bipolaridad, ha generado un alto grado de desequilibrio territorial y concentración económica.
La gestión de la justicia social es una herramienta que tiene, al menos, dos implicancias. Una está dada por las estadísticas oficiales, las cuales buscan en forma objetiva medir el grado de avance del bienestar social (índices de pobreza multidimensional, índice de Gini, índice de victimización, índice de mortalidad infantil, etc.) y, la otra, corresponde al bienestar social relativo que perciben los hogares. En este último caso, el nivel de bienestar es interdependiente, en el cual influye significativamente la arbitrariedad y el nepotismo en el ejercicio del poder.
La gestión del crecimiento económico, es una herramienta que estimula el desarrollo del mercado laboral, sirve como un antídoto para la pobreza y es el sustrato de la prosperidad de las naciones. Sin embargo, se requiere un Gobierno que se haga cargo de administrar el riesgo latente de un reparto inequitativo de la riqueza.
Lamentablemente, una buena parte de los líderes mundiales se han enfrascado en el uso errático de las herramientas de gestión pública. En la última década, en el caso de Chile, hemos rozado la frontera de la autorreferencia narcisista en la gestión del crecimiento económico y el uso ideológico reivindicativo en la gestión de la justicia social.
Confiemos en que, más temprano que tarde, los actos de Gobierno retomen el esplendor de una obra de arte, caracterizada por el justo equilibrio en el uso de las herramientas de gestión y una acción proactiva para romper la burbuja que han construido los grupos de poder.