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Eclipse: resguardarse y despertar el sol interno

Así como el florecimiento de las quilas -que este año vuelve a repetirse- mal presagio este del eclipse en la cosmovisiones indígenas. En ello hay una lógica de sentido común y milenaria: el reino de las sombras, la obscuridad, es el cubil donde crece la inconsciencia y con ello, el mal imprevisible. La buena noticia es que la comunidad humana puede aminorar sus efectos y contrarrestar su influjo con determinados rituales y actos “técnicos”. Los astrónomos mapuche practicaban el inarrumen, una observación absolutamente consciente y extrema del suceder, tanto aplicada al cosmos visible como al orden invisible del más allá de lo habitual conocido. Por tanto, a través del inarrumen, también podían anticipar eventos como los eclipses de sol y de luna. Y obvio, preparase para dicha ocurrencia. Podían observar las estrellas en un espejo de agua límpida que agrandaba el tamaño de los astros, registrando conjunciones y ocultamientos estelares. Es el caso de “centros” como la pequeña laguna al lado del cerro Maule, en Puerto Saavedra, o bien en Ralko, Alto Bío-Bío (comunidad pewenche), cuyo nombre precisamente significa “plato o bandeja de agua” (de rali, “platillo-espejo de madera extendido”; y ko “agua”)

En el wallmapu mapuche, un eclipse solar se asocia a plagas, escasez, guerra o conflictos sociales, diríamos hoy en Chile. Detrás está la lógica de que en esta lucha cósmica, se impone la luna. La luna ejerce imperio en la tierra, y esto desequilibra las aguas, el mar y sobre toda la vida sublunar. Si la luna tapa al sol, este desequilibrio afecta hasta el flujo sanguíneo de los árboles, su savia, y por cierto, al flujo emocional intravenoso de nosotros mismos. Desequilibra particularmente a la mujer y la vida intrauterina que es acuosa. Por ello, los antiguos resguardaban sus mujeres dentro de la ruka, en especial a las embarazadas que se les tapaban el vientre con ramas de canelo y laurel. De no hacerlo, la criatura nacería con una mancha en la parte del cuerpo según sea el lugar donde la madre se tocara el vientre. Para que el orden regresara y remediar estas alteraciones, las comunidades mapuche, en términos generales, recurrían a cuatro grandes acciones:

1. Oración, inspirada en la propia feyentun (tradición oral de la creencia), es decir hablar con los püllü y ngen, con “espíritus” de los elementos y del cosmos superior, para pedir que vuelva al equilibrio natural entre Cielo y Tierra (Wenu mapu y nag mapu), entre el zumíñ o llawfeñ (la “sombra”, la umbra) y anchi o pelo, la “luz”, “la claridad”. 2. Ceremonias y rituales (rogativas) como el kefafan. Es decir, intencionar y ejercer un grito de lucha y de defensa protectora. Con ello se busca ayudar al astro de la luz con un estado vibratorio especial, donde el grito repetido de IiiiiiiiiAaaaaaaOoooooo operaba como mantram mágico para ejercer una curva de presión vibratoria, alterar la presión atmosférica y así sumar fuerza (newen) a la decaída energía del sol. 3. Hacer ofrendas de sangre de algunos animales (mollfüñ kullin); se degollaba un gallo colorado, cuya sangre el mismo gallo aún vivo, esparcía por los cuatro puntos cardinales. La otra ofrenda importante eran sahumerios diversos: hacer subir el humo benefactor y protector quemando hojas de foiyé (“canelo”), triwe (“laurel santo”) y külon (“maqui”). 4. Hacer fuego, encender luces. Junto a ello, alrededor de la lumbre como centro, arrojar y tirar piedras y boleadoras para incidir, en actitud guerrera, en la “batalla de la luz”.

Para nosotros los chilenos mestizos y para cualquier persona, este eclipse reviste una especial responsabilidad. Si nuestro origen está en el cielo, aquellas instantes sin luz, son una preciosa ocasión para degollar la mala sangre emocional y retirarnos en dirección del propio cielo, en dirección del eje del cenit interior. Se trata entonces de una vuelta al interior de nosotros mismos, un regreso al núcleo de nuestra conciencia, a nuestra mismidad donde es preciso hacer aparecer un sol interno de reemplazo. Una vez ubicado, no soltar jamás ese norte cósmico, garantía de la correcta orientación de nuestros pasos. En el eclipse es preciso acecharse más, extremar las conexiones con el sol de la vigilia y del despertar.

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