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Desarrollo

Señor Director:

Los historiadores del futuro que evalúen nuestra economía durante la primera parte del siglo XXI, tendrán en una reciente columna de Sebastián Edwards una fuente insoslayable.

En ella, el economista residente en Estados Unidos echa por tierra la idea de implementar una política industrial activa que elija “ganadores nacionales”. No obstante, Edwards subraya la necesidad de aumentar la complejidad económica de nuestra estructura productiva. De esta forma, el autor propone mejorar la educación a todos los niveles, especialmente el técnico-profesional y desarrollar nichos asociados a nuestros recursos naturales, o nichos intensivos en informática e inteligencia artificial.

Efectivamente, una revolución educacional de siglo XXI pudiese tener un impacto más profundo en nuestro desarrollo socioeconómico que un cambio constitucional con tintes refundacionales. Políticas de desarrollo productivo, reconversión tecnológica o reconfiguraciones educativo-laborales son expresiones que brillan por su ausencia en el actual debate, lo que revela una paradoja: todas ellas son genuinas y consensuadas alternativas para saltar al desarrollo, es decir, ese sueño de convertirnos en una nación de clase media con alto estándar de vida.

Camilo Barría-Rodríguez

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