Señor Director:
Entre las excentricidades que han aparecido en la política chilena, están los derechos de la Naturaleza, ante la cual se exige por los grupos más extremos no tocarla ni con el pétalo de una rosa. Para el mundo cristiano, la lectura del Génesis indicó siempre que la Creación estaría a disposición de los humanos: “… Llenen la tierra y tomen control de ella y tengan autoridad sobre los peces del mar, los animales voladores de los cielos y todos los seres vivos que se mueven sobre la tierra… Vean, les doy todas las plantas de la tierra que dan semilla y todos los árboles que dan fruto con semilla. Esto será su alimento…” Los evolucionistas tienen otra versión sobre el origen, en el que los propios humanos son producto de un proceso milenario y que emergen como dominadores del orden natural. Como puede verse, en ambos casos, la Naturaleza está a su servicio.
La ciencia ha venido enseñando los riesgos del maltrato y señala acciones para hacer más inteligente esta relación, pero de ahí a reconocerle derechos parece fuera de toda racionalidad. ¿Quién exigirá los derechos de la Naturaleza? Están listos para representarla unos cuántos voceros anhelantes de cobrar buenos sueldos en un Instituto de Derechos de la Naturaleza. Y, a poco andar, pedirán escaños reservados en el Congreso Nacional y “representación” en diversos organismos públicos, donde la Naturaleza está lista para hablar golpeado en defensa de sus derechos.
Einstein decía que la estupidez humana era infinita, también parece ser infinita la frescura de algunos chilenos que descubrieron en la política la más pronta y efectiva ruta para el ascenso social.
Alejandro Witker
