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Volver al origen, a la arquitectura constituyente

Lo nuevo que escribamos en la Constitución no puede seguir apartándose aún más de la arquitectura natural de esta país. Su lenguaje debe reflejar el orden del armónico habitar del conjunto de seres sintientes de la naturaleza. Y nuestro habitar, ajustarse con inteligencia y respeto a los límites que impone el lenguaje de los diversos ecosistemas y cuencas, a recuperar por las comunidades humanas andinas y ribereñas al Pacífico. Nuestro pasaje natural, social y cultural ya no aguanta más degradación. Ese nuevo lenguaje constitucional debe respetar la estructura natural –una arquitectura nativa- si quiere seguir siendo un país sano. Porque antes que la técnica fueron los sonidos naturales del bosque, antes de las sequías fueron los ríos y los humedales, antes que las ciudades y sus angustias fueron los árboles, hoy violentamente desplazados. Por cierto, no por ser europeas muchas ideas y prácticas republicanas son malas per se, ni debemos despreciarlas, pero sí es la oportunidad de resanar lo herido, incluir lo sencillo, lo humilde, lo rural; rectificar las distorsiones productivas, educativas e ideológicas en que se ha enajenado –a a veces embaucado- el alma nacional. Compartiendo plenamente con el arquitecto de la U. de Chile Andrés Weil, “a diferencia de la cultura europea moderna, las primeras naciones de Chile reconocen en la naturaleza un orden arquitectónico previo. Así, ellas no discriminan entre lo vivo y lo inerte. De acuerdo a su cosmovisión, la naturaleza es un lenguaje orgánico donde estructuras se articulan con ciclos naturales para emitir mensajes dirigidos a todos los seres sintientes de la Tierra”.

Sabemos de la potencia infinita de las palabras, las que organizan la estructura del mundo. Sabemos de la trascendencia de vigilar el lenguaje íntimo y público. Pero escuchemos a nuestro arquitecto de la U de Chile, a Andrés Weil: “La era de las catedrales terminó cuando aparecieron los libros impresos. Como la tecnología editorial permite comunicar solo la lógica matemática y la analógica verbal, quedó fuera del alcance epistemológico de la ciencia el lenguaje ético del cuerpo. La desconexión del conocimiento occidental de la fuerza terrestre, explica los sinsentidos de la civilización moderna. Uno de ellos fue la Primera Guerra Mundial. Cuando terminó, Alemania se encontraba frente a un dilema político similar al que tiene Chile actualmente: una élite deslegitimada y una nación que se debe reinventar. Dos acontecimientos acaecidos en 1919 en Weimar, la ciudad natal del gran Goethe, fueron decisivos para su posterior éxito y actual prestigio internacional: la redacción de la primera constitución democrática y la fundación de la Bauhaus, una escuela de oficios inspirada en la ética de los constructores medievales de catedrales. En Chile, los mapuche han sido los constructores semánticos del gran templo natural que es nuestro territorio. Para las culturas originarias, las palabras impresas son fantasmas de la realidad. El mapuzungun, en cambio, es una lengua viva, un marco epistemológico meta-científico que Chile, como nación plurinacional, deberá reconocer en su nueva Constitución.”

Por todo ello, el domingo 4 fue el día más feliz del “huacho Riquelme”, de O´Higgins, hoy “el lamngen de Elisa”. Y está feliz porque su sueño se cumple: firmar una “alianza eterna de justicia y libertad” de con todos los pueblos libres del territorio al sur del Bío-Bío. Feliz porque hablaba mapuzungun, el primero y último gobernante bilingüe: feliz porque su compadre Venancio Coñoepan podría llegar a palacio a Santiago y tomarse un mate con él. Feliz, porque sus antiguos compañeros del colegio de hijos de caciques de Chillán hoy son longkos escribiendo la Constitución de la patria-matria. Resulta así esperanzador que el embarazo de nueves meses donde se gestará el nuevo Chile, tenga matria mapuche: así los mestizos dejamos de ser “huachos”. Porque al cabo, fueron 211 años los que le costaron al pueblo mapuche encabezar e inspirar al pueblo de Chile en su redefinición, muy cercana a una refundación espiritual. Por fin nuestro el mestizaje se empieza a equilibrar.

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