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Una ciudad agobiada

Los seres humanos tendemos a pensar la ciudad en términos de gratificación o de conflicto. O nos agrada, acoge, nos estimula; o nos rechaza, es negativa, se cierra a nuestra sensibilidad. Esto último ocurre hoy con buena parte de ella. En cierto modo Chillán pasa por nosotros sin que percibamos sus matices e inflexiones, incapaces de apreciarla en su real valor.

Y en ello mucho tiene que ver el tipo de “desarrollo” que nos hemos dado, donde la inversión inmobiliaria y el crecimiento del parque automotor han ido mucho más rápido que la capacidad de implementar soluciones de conectividad y de gestión del transporte. El desfase entre la planificación vial y las obras que finalmente se ejecutan ha sido una de las falencias de la ciudad en los últimos 30 años y la razón de un desarrollo urbano poco amigable, donde paulatinamente se acrecienta el deterioro de la movilidad.

El cuadrante tradicional, en tanto, es el reflejo de la decadencia modernista que también se aprecia en otras ciudades, donde la identidad arquitectónica es subvalorada y el ornato suena a palabra añeja para sus habitantes, que muestran escasa preocupación por el cuidado de las pocas áreas verdes y otros espacios públicos que existen.

De hecho, existen aún 20 vertederos ilegales de residuos sólidos repartidos por toda la comuna, donde la población deposita todo tipo de desperdicios y que se transforman además en polos de generación de roedores y vectores dañinos para la salud.

Detrás de esa inconducta hay una cuota de responsabilidad de la autoridad, por la levedad de las sanciones y controles, pero su origen es en gran parte imputable a la falta de educación cívica de los propios vecinos y usuarios de esos lugares.

Algo similar está ocurriendo con nuestro comportamiento al volante.

El desgaste emocional que produce enfrentarse al laberinto del tráfico que existe a ciertas horas en algunos sectores de Chillán se está traduciendo en reacciones cada vez más violentas, y que también debería llamar a meditar sobre la responsabilidad de acatar normas que garantizan una razonable convivencia. De hecho, resulta preocupante constatar cómo en muchas personas está aflorando un instinto de dominio y prepotencia propia de urbes estresadas, marcada por gestos ofensivos e imprecaciones, nada más alejados de la cortesía que siempre nos ha caracterizado.

La sociología moderna reconoce que hay diferencias entre ciudadanos, dependiendo del ambiente urbano en el que transcurre su vida individual y familiar. Esas diferencias no se refieren a capacidades personales, sino que pertenecen al modo de convivir en la ciudad, al modo de interrelacionarse con los otros, al modo de hacer suyo lo público, al modo de ocupar la “civitas¨.

Esta dinámica negativa está marcando la pauta y dando forma a la ciudad que habitamos, lo cual tiene evidentes repercusiones negativas.

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