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Tatuadores chillanejos: Cuando la pasión se transforma en un arte

Mauricio Ulloa

Mario Novoa (40) no recuerda con exactitud cuándo comenzó a tatuar. Tanto es así que hace algunos días lo visitó un ex compañero de colegio, asegurando que el tatuaje que hoy aún luce se lo hizo en octavo básico. “Y es muy probable”, cuenta entre risas, mientras recuerda que aprendió la técnica de unos tatuadores de Concepción, los que incluso le enseñaron a hacer una máquina hechiza en esos años.

“Partí hace como 26 años, aprendí de curioso, sin internet ni Youtube. Y es que siempre me gustó dibujar. Esa vez que vi esa máquina hechiza, llegué a la casa, rompí unos juguetes de mi hermano, saqué motores y la copié. El primer tatuaje me lo hice yo, y luego, por el boca a boca, comenzó a llegar gente a la casa de mis papás, en mi pieza y también iba a domicilio. La verdad es que el tatuaje siempre me ha acompañado”, dice con emoción.

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Mario recuerda que luego del Colegio el tatuaje se tuvo que convertir en un pasatiempo puesto que había que estudiar una carrera. En este camino, se encontró con su pareja, con quien se casó, y que fue en definitiva quien lo empujó a seguir su vocación. “Estaba estudiando construcción civil pero había un ramo, cálculo estructural, que no me acompañaba. Estaba en eso cuando mi pareja me dijo: ‘¿Y por qué mejor no te dedicas a tatuar?’ Y sabes qué, esperé por años que alguien me dijera eso. Saqué cuentas, y me lancé a crear un estudio con la idea que se convirtiera en una escuela para quienes están partiendo, porque a mi me hubiera gustado tener algún apoyo cuando comencé”, recuerda Mario, quien atiende en calle Gamero 586.

“Ahora hay seis chiquillos trabajando conmigo y la gracia es que uno igualmente aprende de ellos, de cómo enfrentan los desafíos que trae consigo el tatuaje”, enfatiza.

Una filosofía

Mario cuenta que al estudio llega harta gente, y de todas las edades. Hace poco, atendió a una abuela y su nieta. Ambas querían tatuarse una flor en los tobillos. Esa flor era una de las favoritas de ellas en el jardín que la mujer mayor cultivaba en su casa. “El tatuaje es eso, tiene una historia detrás, una emoción, un recuerdo”, advierte Mario.

El tatuador cuenta que el público mayormente bordea los 20 a los 35 años y agrega que le gusta ver gente mayor tatuándose, puesto que en ellos se han roto los prejuicios que encierra el oficio: “se piensa que poco menos eres un delincuente por llevar tatuajes”.

En el estudio, también se ha innovado en el color, en nuevas técnicas, en mejores materiales disponibles, a diferencia de antaño cuando era muy difícil conseguirlos.

¿Aún llegan parejas de enamorados a tatuarse los nombres del otro?

Sí… Me ha tocado ver historias de parejas que vienen, se tatúan y tres o cuatro meses después regresan pidiendo hora para taparse el tatuaje. Por eso siempre aconsejo que no se hagan los nombres, sino un símbolo, un signo en común como una flor.

Te transformas en una especie de asesor y psicólogo…

Claro, a veces estás siete horas, terminas comiendo con la persona, conversando, creando afinidades con gente y sus familias; muchas personas que tatué luego trajeron a sus hermanos, hijos; incluso ahora hijos de los hijos, me siento como el peluquero de la familia antiguo, al que le tienes confianza.

¿En este minuto, mientras conversamos, estás tatuando?

Así es…

¿Y qué estás tatuando?

Una rosa para un “brother” con el nombre de su abuelita que se fue en mayo. Hay personas que merecen tatuarse como familiares, un hijo.

Incursión femenina

Dariela Torres (22) es una de las pocas mujeres tatuadoras de la ciudad. Para ella, lejos de ser un problema, ha sido siempre una ventaja, puesto que sus clientas adquieren mayor confianza cuando la ven. Dariela, además, comenzó a tatuar en pandemia cuando un amigo que tatuaba se dio cuenta de su talento para dibujar. Por ese tiempo, en el 2020, Dari estaba estudiando Diseño Gráfico en Inacap, carrera que congeló el 2021 para retomar este año.

“Un día un amigo me pasó una naranja para practicar y cuando vio que pude tatuarla, me ofreció su muñeca y me dijo: ‘Ahora, has un rayo’. Le dije que por ningún motivo le haría el tatuaje, pero insistió tanto que terminé haciendo mi primer trabajo ahí… y quedó perfecto”, recuerda.

Desde ahí, Dariela ha comenzado una carrera en el tatuaje, algo que combina con sus estudios de Diseño Gráfico. “Ahora estoy en un estudio (el de Mario) y me ha ido súper bien, volví a clases y me lancé. Voy a la universidad, y luego me voy a tatuar, incluso ya lo hice con una profesora de mi carrera”.

Dari cuenta que también han llegado niños de 13 años, acompañados por sus padres, quienes deben firmar un permiso. La mayoría son niñas que se tatuan pequeñas mariposas. “Mi trabajo es minimalista básicamente, trabajo harto con líneas, tatuajes más pequeños. Más adelante, cuando egrese de mi carrera, será un plus para seguir haciendo este trabajo que me apasiona”, reflexiona mientras termina de tatuar. 

 

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