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Se acaba el agua

Tras 15 años de sequía en la zona central de Chile, incluyendo a la región de Ñuble, parece sorprendente que el rubro frutícola siga mostrando un explosivo aumento de su superficie.

Conviene mencionar, sin embargo, que en las regiones de Valparaíso, Coquimbo y Metropolitana, la crisis hídrica sí está teniendo efectos concretos, como el agotamiento de los acuíferos subterráneos, lo que ha obligado a profundizar pozos y distribuir agua potable en zonas rurales mediante camiones aljibe, y el riesgo latente de desabastecimiento para la producción de agua potable en Santiago y Valparaíso-Viña del Mar.

Lo anterior ha favorecido el surgimiento de más conflictos por el uso del agua, principalmente, para el agrícola, donde algunas comunidades rurales y organizaciones ambientalistas critican la expansión de los monocultivos orientados a la exportación, intensivos en el consumo de agua, en una zona donde ésta escasea cada vez más.

En el caso particular de Ñuble, este año el panorama sigue siendo negativo y según la Dirección Meteorológica de Chile, en Chillán se observa un déficit de precipitaciones de 47,7%, es decir, ha caído la mitad del agua respecto a un año normal, repitiendo el escenario de los años anteriores.

Al respecto, las autoridades han alertado que la región presenta un déficit hídrico de 34,4% considerando el periodo enero-noviembre, confirmando que el 2021 es el cuarto año más seco de los que se tiene registro, superado solo por 1968, 1998 y 2019.

No obstante, para dimensionar el impacto de la actual crisis, hay que considerar que si bien el 2021 no es el año más seco de la historia, no es justo comparar la sequía de 1968 con el efecto acumulado de 15 años de escasez hídrica, sin mencionar otros factores asociados al cambio climático, como la reducción progresiva de la cobertura de nieve en la cordillera por el ascenso de la isoterma; el incremento sostenido de las temperaturas promedio y de los episodios de altas temperaturas; y eventos de precipitaciones intensas que saturan el suelo y reducen la recarga de acuíferos subterráneos.

Y mientras en las zonas urbanas de Ñuble la población sigue disfrutando de un servicio continuo de agua potable, en los campos la realidad es muy distinta, ya que es evidente la disminución de las aguas subterráneas, obligando a construir pozos más profundos, una inversión que solo pueden hacer las empresas agrícolas y el Estado (proyectos de agua potable rural).

El mayor problema es que, tal como han explicado los expertos, en Ñuble, como en otras regiones, la respuesta a la crisis hídrica ha sido recurrir a los acuíferos subterráneos, es decir, sacrificar las reservas de agua sin que ello vaya acompañado de un plan de recarga, lo que equivale a gastarse la línea de crédito sin hacer abonos sustantivos. No es un misterio que esa conducta llevará, más temprano que tarde, a agotar las napas, tal como está ocurriendo en regiones del Norte, y aparentemente, nadie quiere ponerse en ese escenario, porque se cree, ingenuamente, que las lluvias volverán o que los embalses evitarán el desastre.

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