Frente a las interesantes perspectivas que exhiben los mercados internacionales para los productos exportables de la región, específicamente del rubro agropecuario, existe una enorme tarea por delante para los productores locales, tanto en la necesidad de abrir nichos de mercado específicos a nivel nacional e internacional, así como también, de generar los vínculos necesarios con sus pares en términos de desarrollar la asociatividad como modelo de negocios.
Esto último resulta vital para los pequeños y medianos productores de Ñuble si lo que se pretende es convertir a esta futura región en un polo nacional de desarrollo agroalimentario, pues a nivel país y sobre todo global, la demanda de volumen es tan significativa que una empresa por sí sola no es capaz de darle respuesta. De igual forma, la asociatividad permite enfrentar los riesgos de mejor forma, así como reducir -o diluir- los costos fijos de acuerdo a las economías de escala.
A modo de ejemplo. Sin la asociatividad sería impensable que hoy los productores campesinos estén exportando sus vinos. O incluso algo mucho más básico, como embotellar en los envases adecuados, que es lo que viene haciendo desde hace 5 años la cooperativa Covincen de Quillón, que mediante un modelo asociativo y el apoyo estatal han sacado adelante una inversión en activo fijo que individualmente no habrían podido asumir.
Entre apicultores y hortaliceros hay también positivos ejemplos de asociatividad para abrir mercados y competir a nivel internacional. Ellos entendieron que el tamaño de las pequeñas y medianas empresas agropecuarias de la zona no siempre será suficiente para asumir los costos que ello involucra ni para satisfacer los volúmenes de demanda. Lamentablemente, debemos reconocer que se trata de casos adscritos a un segmento del mundo agrícola, pese a que desde el Estado se han hecho esfuerzos -dispares e insuficientes dirán los críticos- para apalancar proyectos asociativos, con instrumentos que subsidian hasta el 50% de todas las actividades relacionadas con el diagnóstico o bien con la etapa de desarrollo, donde se contempla la elaboración de un plan de trabajo asociativo y su implementación. Además de ello, una vez constituidos como unidades económicas con personalidad jurídica y patrimonio propio, las empresas que logran sobrevivir al entusiasmo inicial pueden optar a numerosos programas de apoyo de la Corfo, lo que les permite mejorar su competitividad, invertir en activos fijos, desarrollar estrategias de marketing y difusión, capacitar a sus miembros y dar mayor valor agregado a la producción.
El problema es que esta batería de subsidios estatales no ha sido lo suficientemente aprovechada por productores que tienen gran potencial de crecimiento y desarrollo, pero que aún no se atreven a crecer.
La asociatividad no es un concepto que esté muy internalizado por los empresarios locales, donde se conjugan factores como la desconfianza, el individualismo y la idiosincrasia. Pese a ello, muchos de los prejuicios son derribados cuando los productores, conscientes de sus debilidades, aceptan ser parte de un proyecto colectivo y obtienen beneficios por ello.