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Reconectar con la gente

Agencia Uno

Hoy nadie discute que la transición a la democracia en Chile fue incompleta. A pesar que los militares dejaron el poder en 1990, el ordenamiento legal siguió regido por la Constitución redactada bajo la dictadura, con una clase política tradicional que hizo enormes esfuerzos por mantener ese statu quo, y que por lo mismo, después de dos décadas, terminó completamente desconectada de la ciudadanía.

Los artífices y protagonistas de la ruta constituyente iniciada en noviembre del año pasado en nuestro país son sus ciudadanos y ciudadanas. La clase política se quedó atrás, incapaz de liderar el cambio y el castigo fue fuerte: el 79 por ciento de los chilenos y chilenas prefirió el pasado domingo que la convención que redactará la nueva constitución estuviese compuesta por 155 integrantes que serán elegidos en abril de 2021. Solo un 21 por ciento eligió la convención mixta, que habría estado compuesta por 172 miembros, entre ciudadanos y parlamentarios. En síntesis, el país está empeñado no solo en pasar la última página de la dictadura, sino también en pasar la página de la vieja clase política.

La encuesta Auditoría a la Democracia, elaborada por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) reveló que 9 de cada 10 chilenos considera que tanto el Congreso como las colectividades políticas, realizan muy mal o mal la función de representar los intereses de los ciudadanos. Tal cifra corrobora las conclusiones de otros estudios de opinión, en relación al descontento de la ciudadanía con el funcionamiento del sistema político y sus instituciones.

Es clara e indudable la responsabilidad en esta mala imagen de los políticos que nos han venido gobernando desde hace décadas.

Sin embargo, hay que tener cuidado con la tendencia a la sobre simplificación y cargar toda la responsabilidad de lo bueno o malo que pase a los políticos. Sería injusto y desalentador pensar que son todos iguales. Esa otra generalización es, en realidad, la mejor defensa para los que no la merecen. Los políticos no son todos iguales, como los ciudadanos tampoco lo son.

Y, en verdad, ellos no son los únicos responsables del actual estado de cosas; parte de la ciudadanía comparte esa pesada carga. ¿Pero asumimos con honestidad nuestro grado de corresponsabilidad por las cuestiones públicas? ¿Son nuestras conductas tan distintas de la de los políticos que tanto criticamos? ¿Somos conscientes de nuestro rol en la sociedad?

Al responder estas preguntas se llega a la conclusión de que los políticos nos representan bien. Que ellos son la imagen que el espejo nos devuelve. Que la pobreza de la política es equivalente a la pobreza de nuestras acciones. El gran problema es cómo se proyecta este fenómeno, pues las semillas de los que mañana serán nuestros políticos germinan diariamente a nuestro lado. Los políticos son, finalmente, emergentes de la sociedad que representan. El gran desafío será entonces reconocer, en primer lugar, nuestro grado de corresponsabilidad. Dejar de mirar siempre al político como el único responsable de nuestros pesares y comprender que entre todos debemos construir el país que queremos.

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