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Esta expresión usada en el tenis sugiere que quien saca tiene la primera opción de ganar el juego, pero está a punto de desperdiciar esa oportunidad.
Hoy, la democracia chilena ha llegado a un break point o punto de quiebre. Y quien tiene la iniciativa y por tanto el saque a su favor, es el gobierno y tiene serias posibilidades de perder el partido, a no ser que de lo de vuelta con una perfomance excepcional, lo que a todas luces no está ocurriendo.
Para seguir con la metáfora, tiene al frente a un rival que crece cada vez más y por momentos parece imparable. El problema de éste, a su vez, es que representado a los millones que han salido a las calles, sufre la presencia de las barras bravas en la galería, que destruyen todo. Otra parte de la barra, más ansiosa, no destruye las graderías, pero quiere ganar el partido por secretaría y piden la destitución del presidente de la República a través de una acusación constitucional, en lugar de ganar con las reglas propias de la democracia, esto es en elecciones igualmente democráticas.
Este paisaje político y social parece inmóvil. El gobierno por un lado ha reaccionado tarde, con la pradera en llamas. Los actores políticos y los partidos, por otro, están al margen porque los movimientos sociales los han excluidos hasta casi hacerlos invisibles. A su vez los miles de movilizados, que se convocan utilizando las redes sociales para protestar de forma tan másiva como anónima, no generan hasta ahora liderazgos capaces de encausar la crisis.
Lo que haga el gobierno a estas alturas carece de credibilidad y lo que hagan la clase política carece de legitimidad. Parece que ha llegado la hora de -como dijo un manifestante- “resetear Chile”. Y para que ello sea posible se requiere algo de generosidad y mucha humildad para que la autocrítica sea tan profunda como efectiva. Se requieren gestos significativos de tolerancia, para generar el espacio necesario que permita un mínimo consenso para construir lo que algunos denominan como un gran pacto social.
El punto de consenso parece ser cada vez más nitidez una nueva Constitución, que se despoje del sesgo economicista de la actual y que ampara privilegios que hoy tienen al país en un break point de insospechadas consecuencias. La nueva constitución debiera ser el punto de encuentro (o de reencuentro) de los chilenos, que hoy tienen una fractura que cada vez se asemeja más a la de 1973.
Es necesario más que nunca rescatar a las instituciones democráticas y republicanas, no podemos ni debemos sumarnos a su destrucción, pues la política es mal que nos pese, la única salida posible. La calle construye emociones, mensajes sin mensajeros, cuando se marcha pacíficamente se generan sueños y poesías. Pero los países se gobiernan en prosa y la responsabilidad de los líderes de opinión y de los ciudadanos con formación cívica es contribuir para que se imponga la razón por sobre la pasión, para abrir espacios a la justicia social, a la igualdad de oportunidades, a la inclusión. Como dice el himno de un ñublensino, “por el derecho a vivir en paz”.