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Promesa regional

Basados en las estadísticas que hoy tenemos en pobreza, desempleo y desempeño de la actividad económica, nos hemos convertido en una región pobre y altamente dependiente de las ayudas estatales. Esa es la realidad con que nació la Región de Ñuble hace tres años y que se ha profundizado con la crisis económica derivada de la pandemia del coronavirus.

Pero dejando de lado la coyuntura, hay causas profundas de esta compleja situación, donde se constata una relevante incidencia de las políticas públicas, y alto centralismo que cruza todos los aspectos del proceso productivo y a sus actores, públicos y privados.

Ante ello, un cambio en el diseño político-administrativo como el que trajo la nueva Región aparecía como una especial oportunidad para dar un salto en materia de crecimiento productivo. De hecho, diversas encuestas y estudios de opinión mostraron ese arrastre de expectativas, donde se confundió la instalación de los servicios públicos con una transformación mágica que nos trajera desarrollo y bienestar a los ñublensinos en el corto plazo.

Se cumplirán 4 años de la nueva región y la verdad es que más allá de un nuevo estatus en la bajada de políticas públicas y mayor gasto fiscal, que no es poco, hay otras cosas que no han cambiado, como la desigualdad territorial, una amplia ruralidad postergada que continúa siendo sinónimo de pobreza y un fuerte centralismo intrarregional ejercido por Chillán y que es muy parecido al que tanto le criticamos a Concepción cuando éramos una provincia.

En la otra dimensión, la emprendedora, el gran desafío era mejorar nuestros indicadores y para ellos se necesita atraer inversión y políticas públicas que la incentiven. Aquí, los avances son aún tímidos y vemos a un sector privado local que se ha visto más tradicional y aún reticente a invertir en nuevos negocios derivados de la agregación de valor. Que los mayores planes de inversión que hoy tiene la Región provengan del Estado y de empresarios foráneos que han reconocido el potencial de Ñuble, dice mucho de ese conservadurismo en el tejido productivo local.

La puesta en marcha de la institucionalidad en la nueva Región condujo a un redimensionamiento de lo gubernamental y a un proceso orientado a coordinar políticas y planificaciones de alcance local. En estos tres años, el resultado ha sido irregular, cuando no mediocre, si evaluamos lo que ha sido la capacidad para dinamizar las energías productivas y sociales.

A estas alturas debemos asumir que los simbolismos y cambios administrativos tienen poco que ver con el desarrollo y la superación de nuestros problemas estructurales, como también que el único camino posible para aquello es que los sectores público y privado cumplan a cabalidad sus roles en la política y la economía y se unan en torno a un proyecto regional concreto, pero igualmente imaginativo y audaz.

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