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Cuando Chile clasificó al Mundial de Francia de 1998, con la inolvidable dupla goleadora de Salas y Zamorano (SA-ZA), la noticia alcanzó cierta resonancia internacional, pues volvía a la competencia mundial después de haber estado castigado por el escándalo del “C ó ndor ” Rojas en Maracaná. Fue así como en un noticiero de la principal cadena de la TV española, un conocido conductor español dio cuenta el éxito deportivo chileno, junto a escenas de saqueos ocurridos en la P l aza Italia durante las celebraciones. “Menos mal que clasificaron”, fue su escueto y sarcástico comentario.
No pudimos junto a mi familia sentir otra cosa que una profunda vergüenza, más allá de cualquier teoría sociológica que explicara el fenómeno. Han transcurrido más de veinte años de lo ocurrido, y la P l aza Italia y su entorno luce completamente destruido; los locales comerciales saqueados y los que no, se encuentran llenos de protecciones en medio de restos de escombros. Los muros pintados hasta lo indecible con graf f itis y símbolos anarquistas. No hay semáforos, y durante el día pululan pequeños grupos, algunos encapuchados, que se han apropiado de ese territorio. El paisaje es desolador.
Sin embargo la misma P l aza Italia ha albergado a millones de manifestantes que claman por más justicia social, por más dignidad, por mejores pensiones, menos abusos y mejor calidad de vida, entre otras múltiples aspiraciones tan legítimas como imprescindibles en el Chile de hoy.
Conviven en un espacio común dos polos opuestos. Allí se ha iniciado simbólicamente un proceso de transformación social que tiene pocos precedentes en la historia de Chile. Y el mismo lugar simboliza la destrucción física y del espíritu de un país en estado de shock.
Carabineros ha hecho su aporte, porque no solamente ha sido ineficiente en el control del orden público, sino que las ha emprendido contra manifestantes pacíficos en vez de ejercer una legítima represión contra los delincuentes que han logrado infiltrar a los movimientos sociales.
La situación empieza a saturar al ciudadano común, que ve amenazada o simplemente destruida su fuente de trabajo, su libertad y calidad de vida. Sentimientos encontrados conviven en un mismo lugar, de dignidad porque Chile ha dicho basta al abuso y a la injusticia social, pero también sentimientos de vergüenza ante la destrucción del patrimonio de todos, como son los espacios públicos, la cadena de distribución de alimentos, la destrucción de oficinas de servicios, de medios de transporte, los ataques a medios de comunicación y la destrucción de sedes de partidos políticos.
La represión de la delincuencia que saquea, destruye e incendia, y que asola a buena parte de Chile, no es una violación a los derechos humanos si se da en el marco de una respuesta proporcional a la fuerza utilizada por el crimen organizado. Hoy necesitamos construir un nuevo Chile en libertad, justicia social y democracia, y también en paz. Mientras los vándalos tengan cancha libre, la P l aza Italia no solo será simbólicamente la P l aza de la Dignidad, sino también la P l aza de la Vergüenza.