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Patrimonio en segundo plano

La preocupación por la edificación en Chillán no solo responde a la inversión y empleo que genera, o a su contribución en la entrega de soluciones habitacionales a distintos segmentos de nuestra sociedad. Hay un componente cualitativo sobre el que convendría también poner mucha atención, ya que al parecer está emergiendo un nuevo concepto estético para la edificación, con vidrios polarizados que cubren los frentes, terminaciones toscas y de pobre calidad y líneas arquitectónicas que colisionan a mil por hora con la arquitectura modernista que distingue nacional e internacionalmente a esta ciudad, y que mezcla a la perfección el arte con los términos arquitectónicos que por esos años nacían en Europa.

Aquello se vio reflejado no solo en edificios, como la Catedral, el Cuerpo de Bomberos y el edificio de la Intendencia, sino también en importantes conjuntos habitacionales, como la Población Brasil, Villa Buenos Aires, los Edificios Libertad y la Población Carabineros de Chillán, entre otras. Actualmente, hay aproximadamente 100 mil metros cuadrados de edificios y viviendas construidos bajo los principios de la arquitectura moderna. Pero con el pasar de las décadas Chillán fue perdiendo ese respeto por la buena arquitectura y hoy es el reflejo de una decadencia que también se aprecia en otras ciudades donde la identidad arquitectónica ha sido subvalorada, careciendo de regulaciones e incentivos para un desarrollo urbano armónico.

Detrás de este deterioro las responsabilidades se dividen. Hay una cuota de las empresas inmobiliarias y constructoras que no tienen mayor consideración de las buenas prácticas urbanas, otra le corresponde a la autoridad, que no regula ni tampoco incentiva para que se observen determinados cánones arquitectónicos y por último, hay una cuota de responsabilidad que nos corresponde a todos por la ignorancia y escasa valoración que le hemos dado a la arquitectura moderna.

De esta última nos sentimos parte y es, precisamente, la que nos motiva a perseverar en el esfuerzo de poner en valor el legado modernista y promover la protección de nuestros edificios patrimoniales, como también de su entorno.

Convengamos en que este valor patrimonial, producto de la reconstrucción post terremoto de 1939, ha tenido escasa relevancia para las autoridades y un sector del empresariado local, en los últimos 30 años, pero una cosa es la inmovilidad en la conservación y puesta en valor, y otra muy distinta -y peor- son estas estructuras que están transformando a Chillán en un pastiche ordinario y sin identidad.

Resultaría deseable que las autoridades, como lo hacen en otras ciudades, protejan a la comunidad y al patrimonio cultural de Chillán de estas construcciones que deprecian el entorno, precisamente por su profundo contraste con todo aquello que las rodea.

Aún es tiempo de ponerle freno a esta inquietante tendencia inmobiliaria que beneficia a muy pocos y sufren todos y que constituye un verdadero arte de afear la ciudad.

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