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Ñuble rural

Mauricio Ulloa

La desigualdad en Chile no solo se manifiesta en las brechas de ingresos de las familias, sino que también a través del acceso a bienes y servicios, donde además del poder adquisitivo, inciden otros factores, como la ruralidad.

Así lo revelan el Sistema de Indicadores de Calidad de Vida Rural (SICVIR) y el Atlas Rural, dos nuevas herramientas digitales que buscan propiciar el desarrollo del mundo campesino en el país y que para Ñuble entregan un diagnóstico altamente complejo, e igual de desafiante.

Un símbolo de esta brecha es el acceso a internet fijo, donde se observa que Chillán tiene un 62% de conexión, sin embargo, en el resto de la región el promedio es de 12%, existiendo 14 comunas donde el porcentaje es inferior al 5%. Ninhue y Trehuaco, por ejemplo, tienen 0,47% y 0,25% de sus hogares con conexión digital, respectivamente.

En materia educacional, hay una brecha de 2,2 años entre comunas urbanas y rurales y en la prueba SIMCE, se constata una brecha negativa en las comunas rurales de ocho puntos en la prueba de Matemáticas y de cuatro puntos en Lenguaje.

Las rutas sin pavimentar bordea el 80%, lo que dificulta el transporte de personas y carga, favoreciendo el aislamiento de las comunidades rurales, con negativas consecuencias en la calidad de vida de sus habitantes.

De igual forma, las limitaciones de acceso a agua potable y a servicios sanitarios representan un obstáculo insuperable si se pretende entrar al negocio de la elaboración de alimentos o al turismo, lo que acrecienta aún más las desigualdades entre los habitantes de zonas rurales versus urbanas, lo que resulta paradójico si se considera que los mayores atractivos turísticos y el grueso de la producción agropecuaria se concentra precisamente en las zonas rurales.

Esta desigualdad ha perpetuado las tradiciones en los campos de Ñuble, pero también la pobreza y el aislamiento, lo que ha tenido como principales consecuencias la progresiva migración de sus habitantes hacia las ciudades -con lo que las comunidades rurales además de despoblarse, se están envejeciendo-, y la reducción de las hectáreas de cultivos agrícolas, muchas de ellas hoy convertidas en plantaciones forestales.

Las familias campesinas ven emigrar a sus hijos jóvenes hacia las ciudades en busca de trabajo, cuando no son empleados por las empresas grandes para desempeñar labores temporales.

En este proceso, la responsabilidad del Estado ha sido clave, por ejemplo, subsidiando las plantaciones forestales por cuatro décadas, sin haber diseñado un plan de fomento rural que permitiera contrarrestar el impacto en la agricultura de la expansión forestal. Esto no es un misterio. Por décadas los agricultores, grandes, medianos y chicos, han clamado a los distintos gobiernos por una política agrícola integral, que no solo considere subsidios al riego o los recursos del Indap que en su mayoría solo permiten extender la agonía de este sector.

Pero a diferencia de lo que ha ocurrido en otras regiones agrícolas, en Ñuble todavía hay una forma de vida campesina, una agricultura familiar que se niega a morir rescata la cultura rural que en otras latitudes ya se extinguió.

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