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Más tolerancia

Diario Concepción

Hay algunas cosas que en el actual momento de la vida nacional tanto políticos como ciudadanos podríamos hacer para vivir con cierta armonía y relativa tranquilidad. Una de ellas es no creer que nuestro pensamiento es el mejor, y mucho menos el único que puede existir.

En épocas no tan lejanas, el hombre común solía enterarse de los hechos modificadores de su existencia por medio de una prensa limitada y generalmente manejada por los adinerados. De más está decir que las informaciones e interpretaciones estaban teñidas de una excesiva subjetividad. Con el tiempo las cosas se fueron modificando y los grupos minoritarios u opositores tuvieron sus espacios, clandestinos en épocas de dictadura y públicos en las democráticas, pero aún en los períodos de libertad plural siguen (y seguirán) apareciendo las zonas grises.

En el caso del inevitable -y necesario- debate público que abre el borrador del texto de una nueva Constitución, a los partidarios de la Carta Fundamental de 1980, les resulta abrumador tratar de explicar cómo fue su origen, durante la dictadura, hace medio siglo. Los promotores del actual proceso constituyente, en tanto, preguntan y cuestionan desde la perspectiva acotada por lo que les ha tocado vivir en 30 años de imperfecta transición democrática. Así, ante el nuevo texto propuesto por la Convención Constitucional, lo que para unos es blanco para otros es negro, y con esa valoración obtusa y cerrada, marcada, además, por influencias sociales y políticas y delimitada por el nivel de cultura e información que tenga cada uno y cada una, pronunciamos sentencias, afirmamos verdades sagradas y descalificamos al que tiene otro punto de vista.

Independiente del texto propuesto para el referéndum del 4 de septiembre, lo cierto es que nadie es dueño total de la verdad. Hay muchas pequeñas verdades que cada uno lleva en su mochila y deberíamos respetar las razones que las originaron. Intentar comprender las reivindicaciones y temores de unos otros, y sus razones, debería ser parte fundamental no solo del actual proceso, sino de nuestro modo de vivir en sociedad. Porque solo entendiendo el lugar y las circunstancias que marcaron a aquellos que están en otras veredas podemos empezar a desentrañar las cosas que luego se vuelven incomprensibles si las dejamos pasar, definiéndolas superficialmente con el desprecio por lo distinto a lo que pensamos o promovemos.

Es lógico, comprensible y necesario que cada uno sostenga sus ideas y principios, pero también es interesante oír otras opiniones para aprobar, rechazar o intentar -por un momento- ponerse en la vereda opuesta. No quiere decir que vayamos a cambiar nuestras convicciones, pero podemos quizás repensar algunas cosas que pueden ser posibles de nuevos y enriquecedores puntos de vista.

Frente al proceso de redacción de una nueva constitución, no adoptemos una actitud de trinchera, ojalá escuchemos o leamos abiertamente para no perdernos en el laberinto que -aunque suene contradictorio- significa transitar siempre por la misma vereda.

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