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Más que la PSU

Si algo faltaba para ponerle la lápida a la Prueba de Selección Universitaria era una filtración como la que se conoció ayer y que obligó a suspender la aplicación del test de Historia, Geografía y de Ciencias Sociales en todo el país. La medida, inédita y extrema, afecta a 202.461 alumnos y configuró el peor escenario para el proceso 2020 de admisión a la educación superior y su agonizante instrumento de selección.

Se cumplieron 17 años desde que la PSU reemplazó a la Prueba de Aptitud Académica (PAA) y no ha demostrado ser más justa, en el sentido de permitir a los estudiantes de menores ingresos un mayor acceso a la educación superior. De hecho, no llegó a estar ni cerca de ser de aquello y por lo tanto, es razonable que pase a mejor vida.

Pero lo que no es sensato, es sabotear de esta forma el proceso. No es justo para miles de jóvenes que se inscribieron y se prepararon para rendir las pruebas. El sistema requiere cambios profundos o quizás deba reemplazarse, pero en cualquier caso debe haber una transición, que puede ser de varios años.

Hay que aprender de los países que han experimentado altos índices de crecimiento a lo largo de varias décadas, pero que también han mejorando así el nivel de vida de toda su población. Toda.

En esas naciones se han preocupado de garantizar la alta calidad de su enseñanza universitaria, procurando que los sectores socialmente postergados accedan a ella, y en ello el papel del Estado resulta clave, pues más allá del valor del esfuerzo individual, la clave está en el diseño y la implementación de adecuadas políticas públicas educativas en todos los niveles.

En resumen, la educación chilena no logra compensar las diferencias generadas por la familia y este es un problema de “toda” la enseñanza.

Hoy la discusión está centrada en la PSU, lo que es muy importante, pero pocas veces se vincula con lo que acontece en la sala de clases. Allí el rol del profesor implica hacerse cargo del proceso formativo al interior de la sala de clases y para que eso suceda es necesario cambiar el enfoque derrotista que suele cundir en los análisis post evaluaciones, como la PSU o el Simce, e instalar prácticas educativas donde, independiente de los recursos que tenga el alumno, se busque desarrollar sus habilidades, compromiso con el estudio y la responsabilidad de salir adelante.

Una docencia ejercida con esa visión repercutiría no solo en el rendimiento académico de los alumnos, sino también en la confianza, hábitos y expectativas que conducen al logro de un proyecto de vida.

Y es que independientemente de la PSU, la lucha por disminuir la brecha y lograr una educación de calidad no comienza ni termina con los resultados de un test de admisión a la educación superior. Ciertamente, se necesita tener un instrumento que evite el efecto distorsionador del contexto socioeconómico, pero la verdadera brecha que hay que cerrar está entre lo que se hace, lo que no se hace y lo que se podría hacer en la sala de clases.

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