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Lenguaje político

En el Chile de hoy los tropiezos dialécticos han superado ampliamente los parámetros -nunca demasiado elevados con los que acostumbran a comunicarse nuestros líderes políticos- y por estos días han tenido en las máximas figuras de Gobierno a sus principales protagonistas.

Primero fue el propio Presidente de la República, quien el lunes y tras las 36 horas más violentas ocurridas en Chile desde el retorno a la democracia, dijo: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie, que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite”.

La expresión de Sebastián Piñera provocó un rechazo inmediato entre líderes políticos, miembros de la sociedad civil e incluso el jefe de la Defensa Nacional, el general Javier Iturriaga, quien dijo: “La verdad es que no estoy en guerra con nadie”.

El lunes, en tanto, fue la filtración de un audio de la Primera Dama, Cecilia Morel, donde asegura “estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena”, concluyendo con una frase que se convirtió en trending topic: “vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás”.

Sin embargo, no solo es el matrimonio presidencial el que ha incendiado las redes sociales con sus declaraciones. Cada día podemos hallar un político de derecha, centro e izquierda que destaca por su lenguaje arrebatado, o por la liviandad con que abordan un tema tan complejo como el descontento social y las demandas ciudadanas, que requerirían madurez, reflexión y estudio.

Es precisamente la alta exposición pública que tiene estos personajes y su propensión a abordar cualquier cuestión aunque paradójicamente omitan las cuestiones de fondo, las que los conducen permanentemente a situaciones incómodas y revelan un aspecto preocupantes de nuestra vida institucional, pues la decadencia de los valores políticos de una sociedad se inicia con la desvitalización del lenguaje.

Por lo anterior, no se puede admitir que altos representantes de la política realicen con llamativa frecuencia afirmaciones que carezcan de toda veracidad y que hoy son además amplificadas por las redes sociales, cuyo uso conlleva enormes riesgos para personajes de conducta impulsiva que se atreven a comentar sobre disímiles y complejos temas. Su lenguaje, muchas veces burdo, denota la falta de prudencia, reflexión y análisis que se espera de un hombre público.

Los políticos también tienen una función docente, aunque no lo quieran: sus actos, sus palabras y las consecuencias de lo que promueven se muestran en la convocante vitrina de los medios de comunicación. Esa función indirecta de educar por fuera del sistema de enseñanza se vincula con valores o antivalores que pueden fortalecer o lesionar la conciencia cívica de una sociedad.

Hay que tener presente que el deterioro del lenguaje ejerce un poderoso influjo sobre la fortaleza de las ideas, de modo que a medida que ese deterioro se acentúa, el lenguaje deja de configurar el pensamiento para proceder a embrutecerlo. Seamos claros: donde el lenguaje se corrompe, algo más que el lenguaje se corrompe.

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