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La guerra de nuestro tiempo

En febrero de 1879 se desata la Guerra del Pacífico que enfrenta a Chile con la Confederación Perú-Boliviana. Los registros históricos señalan que el 5 de abril de 1879 se efectúa una reunión en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Profesores, médicos, farmacéuticos y estudiantes – llenos de fervor – estaban disponibles para poner sus conocimientos al servicio de la patria. El estudiante de último año de medicina de 23 años, don Germán Segura González, respondió a dicho llamado enrolándose en la marina y prestando sus servicios como ayudante del médico cirujano don Cornelio Guzmán en la gloriosa corbeta Esmeralda de Chile.

Fue el destino el que quiso que sobreviviera al hundimiento de la Esmeralda ese fatídico 21 de mayo de 1879, que hoy se recuerda como la gesta heroica de Arturo Prat y sus camaradas en la rada de Iquique. Terminada la guerra y después de explorar el mundo de la política en la Araucanía, como regidor y alcalde, se trasladó a la ciudad de Linares para ejercer como médico. Sus últimos años los vivió en Santiago. En su agonía repetía una frase que le había oído a Arturo Prat: “Si llego a las 12, tengo ganada la batalla”. Falleció en la mañana del 27 de marzo de 1920.

Transcurridos ciento cuarenta y tres años del Combate Naval de Iquique, la sensación del fragor de la batalla que habían experimentado la tripulación de la corbeta Esmeralda, la viven a diario cuarenta y un hogares de la ruralidad de Chillan. Estoicamente resisten los embates de la pobreza, el desamparo, y la migración – a las zonas urbanas – de sus integrantes más jóvenes.

Los derechos de propiedad de la tierra cultivable, dedicada a la producción de hortalizas, con mucho esfuerzo se mantiene en poder de las actuales generaciones. Los subsidios y la asistencia técnica otorgada por INDAP, han mantenido a flote la actividad agrícola. Sin embargo, dicha ayuda ha sido insuficiente para retener a las nuevas generaciones. El atractivo de las oportunidades que subyacen sobre la pobreza urbana suele ser muy superior a la desolación que subyace sobre la pobreza rural.

La población de mayor edad, acostumbrada a sobrevivir con los frutos del trabajo de la tierra, prefiere abrazar su actividad económica de toda la vida, por el temor que implica la pobreza dura de la vida urbana para personas de su edad y su bajo nivel de calificación y escolaridad. Los espolonazos del crecimiento urbano y la alta demanda por parcelas de agrado son factores que contribuyen a debilitar la resistencia. Empero, a pesar de las dificultades, dichos hogares perseveran en mantener la actividad agrícola, pero saben que están contra el tiempo para que dicha actividad convoque a su actual generación.

La sobrevivencia de la actividad agrícola de los cuarenta y un hogares de familias campesinas de Chillán, depende en gran medida de lograr un salto cuántico en productividad. Es decir, sostener rendimientos notables en la producción hortícola que permita contribuir a la seguridad y autonomía alimentaria de los hogares urbanos. El grupo ha manifestado su interés para transformarse en empresas familiares de productores de frutas y hortalizas, que comercialicen y distribuyan sus productos, directamente desde su tierra a los clientes urbanos durante los doce meses del año. Para lograr aquello, se requiere el fervor de los agentes públicos para entregar las herramientas tecnológicas que les permita enfrentar la guerra de nuestro tiempo.

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