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La brújula de la patria está indicando el sur

Nos vendieron el mito que Occidente era superior a nuestro caballo cultural. Por eso hoy, definitivamente es una miopía garrafal afirmar “vamos a integrar la cultura mapuche a la cultura chilena”. Porque integrarla es negarla. Integrarla significa que la que se integra debe desaparecer porque no vale. Todo el proceso de colonización en los siglos XVIII y XIX fue una negación sistemática de la cultura aborígen-mestiza básica para, primero, cristianizar al país, o para que luego se hiciera monárquico, o después republicano, etcétera. Sin embargo, nunca se revisó qué cosa valiosa podríamos potenciar de la raíz, de lo indígena.

Entonces, nuestro “yo de nación” se fabricó en base a las ideas del modernismo, de la ilustración, de conceptos franceses, de república, etcétera. Fue más importante acá en Chile Napoleón que el longko Kallfukura, “emperador” de las pampas. Nos han vendido el mito de que Occidente es superior, que el sistema de civilización de Occidente es superior a lo nativo de Latinoamérica. Y ha quedado a las claras que todo ello era un asunto construido y manipulado, propio de las estrategias colonizadoras. Es por eso que buscamos en Jerusalén, en la India o en el Tíbet lo que está aquí, en el sur: una fuente capaz de guiar la condición humana a la trascendencia.

Definitivamente no se puede siempre trastornar demasiado la “natural naturaleza” de las cosas. A la larga o la corta, la naturaleza busca su expresión propia, su curso normal. Y decimos “naturaleza” a todo lo que escapa de códigos, de géneros artificiales, de lo geográfico convencional, de lo político, de lo jerárquico antojadizo.

Lo natural es lo que le acontece evolutivamente a un cuerpo, a un lugar, a un cuerpo social o una cultura antigua largamente gestada. Negarlo, torcerlo, imponerle por la fuerza una revolución conquistadora, imponerle un régimen ajeno a su idiosincrasia, es represivo, genera el caos. Genera conflicto, el que puede ocultarse por un tiempo, pero nunca del todo apagado en el sótano o inconsciente del alma colectiva.

Siempre llegará ese momento en que lo natural y propio busca aflorar de distintas formas. La nación mapuche es natural al antiguo ecosistema; por tanto deberá ser asumida por nuestro Estado que deberá asumirse como plurinacional. Hoy –tensionado al máximo por los desequilibrios ambientales y por la pandemia- el planeta busca explotar. Paradojalmente estamos frente el caos y el caos naturalmente busca un orden, su orden; es decir, regresar a su propio patrón y ritmo evolutivo. Y llega un punto –y hoy todo nos indica que estamos peligrosamente en el borde- la naturaleza y su fuerza destruirá toda idea de poder impuesto desde afuera, contrario o ajeno al cultivo de lo que dicta su ecosistema natural o cultural. Y “los últimos serán los primeros” .

Según el conocido mito mapuche de las dos serpientes, pasada la catástrofe de las aguas y del cataclismo, vendrá su opuesto, la eu-catástrofe, esa abrupta irrupción del bien sobre la tierra renovada. La danza de la realidad será la danza de la energía sin alteraciones, fluida como un vals, acompasada como el ritmo del cortejo del macho cuando quiere conquistar a la hembra.

El futuro será de aquellos que sin esfuerzo conseguirán hacer bailar a los animales porque primero aprendieron a bailar con ellos, a imitarlos en sus danzas. Los caballos de paso bajarán de los Andes peruanos a enseñar a los hombres “el paso” de la evolución, tal como otrora lo fuera, cuando hombres y animales convivían en la misma escuela. Porque aunque hoy parezca increíble, esta montaña austral, este pétreo espinazo sudamericano, será de nuevo la Escuela del Ser, la escuela de la Luz Crística para no separar nunca más lo que Dios ha unido.

El mundo de nuevo reverdecerá en islotes de conciencia desde el corazón de Chile, subiendo por el mar del Titicaca y hasta el antiguo México, ese que antes llegaba hasta las nieves del Norte.

Oye, buscador y peregrino del mundo: ¡la brújula del alma está indicando el sur.!

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