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Identidad urbana dañada

La identidad de una ciudad y la de sus ciudadanos se construye a lo largo de un proceso histórico y cultural que va definiendo una personalidad que la hace única e irrepetible. En el caso de Chillán son sus cuatro fundaciones, sus edificios modernistas, su mercado y la feria, la historia, los héroes y artistas que aquí han nacido. Es la “Patria Chica” -como la llamaba Nicanor Parra- que genera un cierto tipo de ciudadano que ha nacido y ha crecido en ella. Así lo confirman urbanistas y sociólogos: el carácter de una ciudad va definiendo el de sus habitantes.

Cabría entonces preguntarse qué características hoy están marcando la personalidad de quienes viven en una urbe que aún está a medio camino de la modernidad y comienza a estresarse y a reducir el margen de bienestar que es capaz de entregarle a sus habitantes.

Entonces, siguiendo la tesis de la influencia urbana en el carácter de las personas, hoy podríamos deducir que la falta de empatía, la irritabilidad, la resignación y cierto ánimo fatalista que vemos en chillanejos y chillanejas, provienen de una mirada más severa a la ciudad, donde se advierten desde problemas tan cotidianos como las baldosas sueltas y la señalética en mal estado, hasta males estructurales y de muy difícil solución, como ocurre con el crecimiento inmobiliario, antojadizo y sin criterios urbanísticos ni armonía y el deterioro del cuadrante céntrico, asociado al cierre de locales del comercio tradicional y cambios de residencia de antiguas familias.

En Chillán está ocurriendo lo que en muchas otras ciudades se ha dado en mayor medida y es la emigración de personas desde el cuadrante urbano, aquel que registra los mayores índices de contaminación (acústica y atmosférica) hacia áreas verdes, buscando una mejor calidad de vida. El aumento de población que registra el sector nororiente es revelador de este fenómeno.

Mientras tanto, destacados arquitectos y urbanistas alertan sobre la importancia del área central, que incluye al casco histórico y que es vital para mantener la identidad de Chillán.

Precisamente, una de las mayores amenazas de la identidad de una ciudad es la falta de memoria social, esa que al recorrer la capital de Ñuble nos ataca cuando queremos recordar sin éxito qué había en tal o cual calle. Los jóvenes tienen la excusa de que no habían nacido, mientras los viejos se escudan en supuestas amnesias. Lo concreto es que hay lugares que son sitios fantasmas. En algunos casos son estacionamiento; en otros terrenos baldíos, muchos en litigio, con dueños y herederos que no ganan ni dejan ganar.

Para los chillanejos se ha transformado en algo natural, sin embargo, el deterioro de la ciudad no tiene nada de natural y es deber de ciudadanos y ciudadanas exigir mayor calidad de vida, para que el residir, comprar, educarse, trabajar o hacer trámites sea una experiencia agradable.

En todo caso, no se trata de llorar sobre la leche derramada. Preferible es vivir el hoy proyectado a un mañana que -¿por qué no?- puede ser mejor. La decisión del gobierno local de elaborar un nuevo plan regulador debería ayudar a cerrar estas heridas urbanas

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