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Frustración temprana

Al observar las cifras históricas de empleo y desempleo nacional (desde 2010 cuando se produce el cambio de medición) se observa que el desempleo juvenil, en los últimos 9 años, se ha mantenido por sobre el 17%, sin mostrar grandes variaciones en el tiempo. Por ejemplo, al analizar el trimestre julio-septiembre de 2010 y julio-septiembre de 2019, la tasa de desempleo en los jóvenes (15 a 29 años) tiene una variación solo de 0,4 puntos porcentuales, mientras la tasa de desempleo nacional baja de 9% a 7%, es decir, los jóvenes desocupados más que duplican al resto de la población desempleada.

A nivel de la Región de Ñuble, como ocurre en muchas áreas, no existe información estadística. La evidencia sugiere, sin embargo, que la tasa de desempleo de los jóvenes en Ñuble sería mayor al de otras regiones, en sintonía con los indicadores de la cesantía adulta, que nos ubican como la región con más desocupados en Chile.

Entre quienes no consiguen trabajo cunde el desaliento y no pocos de aquellos que sí cuentan con un empleo, lo ejercen en condiciones de informalidad, sin protección ni perspectivas. Sin embargo, basta revisar los indicadores de escolaridad para darse cuenta de que estamos ante una paradoja, pues estos jóvenes forman parte de la generación más educada que hayamos tenido: la mayoría ha terminado los estudios secundarios y un buen porcentaje ha cursado la educación superior en un instituto profesional o universidad, y tienen lógicas expectativas sobre su propio futuro en el mundo del trabajo.

El empleo de los jóvenes es un desafío político, porque cuando esas expectativas se traducen en desaliento y frustración, se hace más difícil la estabilidad de nuestra sociedad e incluso la representatividad y gobernabilidad democráticas. Además, existe el problema de la relación con la vida laboral, pues cuando los jóvenes no tienen oportunidades, difícilmente lograrán romper el círculo de la pobreza e internarse en una senda de trabajo decente. Por otro lado, es práctica habitual que sean los primeros en perder su empleo en tiempos de “ajustes” y los últimos en volver a trabajar cuando llega la recuperación; sin contar que generalmente son considerados mano de obra barata.

Para enfrentar este desafío es necesario adoptar medidas específicamente dirigidas a generar más y mejores empleos para los jóvenes. Invertir en formación profesional e incentivar el espíritu de emprender para que puedan verse también como creadores de empleo.

Con los jóvenes no actúan las fuerzas invisibles del mercado, porque estamos frente a problemas estructurales que solo pueden ser abordados con acciones y políticas muy concretas. Por eso es importante que el Gobierno, tanto en el nivel nacional como regional, lo mismo que los municipios, los sindicatos y los empresarios, conjuntamente con otros actores sociales, insistan en buscar la manera de torcer esta realidad, si es que de verdad queremos avanzar hacia un desarrollo inclusivo, con mayor justicia social. Sin los jóvenes, no vamos a lograrlo.

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