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Festival de Viña

Señor Director:

El arte y el humor han estado vinculados desde tiempos inmemoriales con la política, especialmente en su faceta comunicacional. Ya en la Antigüedad y posteriormente en la Edad Media las fiestas paganas –aquellas no asociadas a los ritos religiosos- fueron asimiladas por los sectores dominantes como válvulas de escape, que permitían al pueblo mofarse por algunos días de las autoridades políticas y religiosas.

De tal manera que no cabe asombrarse y menos escandalizarse que rutinas humorísticas y expresiones artísticas como las presentadas por Stefan Kramer, Mon Laferte, Javiera Contador y Francisca Valenzuela en el Festival de Viña del Mar hayan sido a la vez potentes mensajes de comunicación política asociados a la crisis social imperante.

Nada nuevo. Por lo demás, en Chile, desde la década de 1960, con el surgimiento de la canción protesta, el arte y la política estuvieron estrechamente unidos. Ya en anteriores versiones el mismo Festival de Viña tuvo momentos de gran politización. Recordemos el de 1973, con un ambiente muy polarizado, o las diversas ocasiones en que se expresaron formas de protesta –más o menos disimuladas- durante la dictadura.

Pero hay una diferencia cualitativa y muy potente con lo que vemos hoy. Nunca esta forma de expresión política había estado acompañada de un desprestigio tan considerable de la clase política en su conjunto. La propia alcaldesa de Viña del Mar, ovacionada en otras ocasiones independientemente de su posición partidaria, ni siquiera pudo ser presentada en esta ocasión. Son muy pocos los políticos que podrían pararse en el escenario del Festival sin ser abucheados en forma estrepitosa.

Parece una contradicción, pero es un signo de los tiempos. La política como expresión social escapa a sus cauces y actores tradicionales. Hoy son los artistas y humoristas, entre otros, sus portadores. La transmisión televisiva del Festival brindó un mensaje mucho más potente que la franja de TV de cara al plebiscito constitucional.

Y como no es de prever que nuestra clase política recupere su prestigio en el corto plazo, este nuevo fenómeno puede tener consecuencias insospechadas para el surgimiento de futuros liderazgos.

Jorge Gillies

Académico UTEM

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