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Esa varita mágica del lápiz y de la “parker 51”

Justo el día de la amistad, de Mirta Richards una mis alumnas que asesoré a escribir su biografía de vida (“Me atreví a vivir”, Edit. Kushe), desde U.S.A. me llega de allá el regalo de una lapicera “Parker 51”. Asombradísimo y casi en éxtasis, descubrí que era ¡nueva y sin uso!, recién salida de una fábrica en Francia que reproduce plumas de colección. Emoción y alegría sin límite. ¿Razón?: recuperaba 40 años después por fin otro regalo ya perdido, una pluma idéntica, que me había hecho mi padre allá por 1970. El había establecido, que luego que mi hermana mayor terminase sus estudios universitarios de medicina, esa valiosa lapicera pasara a mi, su primer hijo varón, como herencia final. Obsequio muy costoso en esa época. El, que apenas era un cabo de carabineros, pero que apreciaba hacer buena letra en sus informes policiales, recuerdo que me contó que había destinado el sueldo completo de un mes para comprarla, y además poder poner sus iniciales sobre el oro de su cubierta. Yo hice lo mismo con uno de mis primeros sueldos de profesor de filosofía allá en Temuco y me compré una muy costosa, la “Mont Blanc master piece”. Ambas -en tiempos diferentes- con dolor infinito las perdí en algún mesón de los aeropuertos de México ante la premura de perder vuelos importantes…

Mi amigo Pedro Escudero, médico me ayuda a refrescar: “Los lápices Bic, verdadera revolución, en los años 60 desplazaron a lapiceras “plumas fuente”. Estas debían cargarse con tinta, laboriosa y manchadora tarea. Los Bic, (“lápiz-pasta”, le decíamos) los conocí el 1961, inolvidable pues fue el año en que entré a la universidad: eran transparentes y de punta gruesa. Algunos años después convivieron con los amarillos, de punta fina. Mis padres, gran cosa, me regalaron una lujosa (para esos tiempos y para nuestros medios) lapicera Parker 51, con mi nombre grabado, por mi ingreso a medicina UC. Siempre iba conmigo y la sacaba cada tanto, como lujo y para presumir, aunque de diario el fiel Bic, era el compañero leal por décadas. La Parker 51 me la robaron en la Mater UC cuando hacía la especialidad, luego de 10 años de contínua compañía. Dolorosa pérdida, primer paso para iniciar mi interminable trabajo de desapego”. Otro amigo, Raúl Ángel, también médico evoca que “al untar una pluma de mango en un frasco de tinta, si se hacía un manchón o se escribía algo erróneo, se borraba con un poquito de cloro. A veces, para demostrar que ya escribíamos con tinta, nos ensuciábamos premeditadamente los dedos”.

Con un lápiz tu apuntas un número de teléfono clave que puede salvar la vida de otro o la suya, firmar un contrato ventajoso para todo un país, o bien, apuntar un nombre que puede decidir tu destino laboral. Pero lo más importante y lejos lo más trascendente, con lápiz y un Cuaderno puedes decidir tu destino espiritual. Porque al hacer ese apunte de ti mismo que te muestra tus fallas estructurales, te confronta, y así puedes liberarte de cadenas ancestrales. Con un lápiz puedes registrar una revelación interior que puede salvar tu alma de varios infiernos. Porque identificar y escribir el modus operandi de un demonio es exorcizarlo. Puedes rediseñar tu biografía, recapitularla y así sanarla, curando viejas heridas. Con nuestra Ontoescritura enseñamos cómo descubrir el oro del significado escribiendo ciertos recuerdos especiales, porque el lápiz te hace abrir sarcófagos inimaginables, te lleva a tesoros internos más inmortales que la tumba de Thutankamon.

Por supuesto, la Parker 51, el regalo de mi amiga ontoescritora y fiel seguidora de mi coaching desde Salt Lake City, merecía un rito especial: la consagré a mi escriba egipcio, una pequeña estatuilla de lapizlázuli que llegó a mi misteriosamente en un viaje a Egipto. Un niño árabe muy pobre que me la vendía a hurtadillas (la había robado de no se qué sitio arqueológico) me la ofreció y me dijo: “¡es el dios de la escritura!”. Entonces, mi pluma retornada, réplica de aquella de mi padre, para exorcizar aquel hurto infantil, lo primero que escribió fue la palabra “Dios-Ra”. Luego permaneció unas horas sobre la falda del escriba. La estatuilla me acompaña en todas mis obscuras páginas; ahora con la Parker, me acompañará hasta abrir la luminosa página del Mas Allá.

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