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En busca de los aprendizajes perdidos

Carlos Figueroa Moreno

Carlos Figueroa

Desde que la pandemia del Covid-19 hizo su aparición tuvimos que recluirnos en nuestros hogares y trabajar o estudiar desde ese lugar. La pantalla de nuestro computador o teléfono fue el medio para hacerlo, con todas las ventajas y desventajas que esta acción conllevó.

Se habla de la “triple maldición” cuando se hace referencia al impacto negativo de la pandemia, desde el punto de vista sanitario, económico y educacional; llevándose la peor parte los países más pobres del mundo, como ocurre generalmente en las catástrofes globales.

Me enfocaré en el ámbito de la educación, donde la percepción más o menos generalizada de los profesores con respecto a la efectividad de la comunicación a través de medios remotos, es que en la práctica ésta resultó realmente pobre y, como sabemos, sin una comunicación apropiada es imposible que se dé una conexión que permita aprendizajes de calidad, perdurables en el tiempo. La cantidad de aprendizajes también se vio afectada, ya que no estuvo de acuerdo a lo planificado para un semestre normal y los contenidos tuvieron que ser consolidados, adaptados, readaptados, y hasta jibarizados, considerando las condiciones del momento. Muchas veces hemos oído que la virtualidad llegó para quedarse, lo cual puede ser, pero no pretendamos sustituir la presencialidad, porque ésta tiene componentes socioafectivos y cognitivos que son importantes para los procesos de aprendizaje que se viven en el aula y que no se pueden reemplazar.

El Ministerio de Educación chileno dio cifras alarmantes con respecto a la pérdida de aprendizajes de los estudiantes durante el primer año de la pandemia, que sería en promedio de un 88%, siendo mayor el perjuicio en aquellos grupos socioeconómicamente vulnerables y en los niños más pequeños. Pero el daño en educación también repercute en la economía de un país.

Cifras de este año del Banco Mundial, contenidas en el informe denominado “Dos años después, salvando a una generación”, indican que la pérdida de aprendizajes se traduciría en una disminución de cerca del 12% en los ingresos a lo largo de la vida de un estudiante actual. Por otra parte, la salud psicosocial y el bienestar también se vieron afectados.

Bueno, ya lloramos sobre la leche derramada. ¿Qué podemos hacer para aminorar el impacto de la catástrofe que significa esta “pobreza de aprendizaje”? Algunas soluciones pasan por consolidar el currículum, evaluar el real nivel de aprendizaje de los estudiantes e implementar programas de recuperación y aceleración de aprendizajes. En este punto, los contenidos no debieran ser lo más importante, pero disponer de “buenos contenidos” y una estrategia didáctica motivadora, permitiría desarrollar habilidades de pensamiento superiores en un plazo más o menos razonable. Debiéramos priorizar la calidad más que la cantidad, porque estamos contra el tiempo. A  nivel macro, los gobiernos deben retomar rápidamente los compromisos que asumieron en 2015 a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), de las Naciones Unidas, para garantizar que todos los niños y las niñas reciban una educación primaria y secundaria inclusiva de calidad para 2030, sin importar la modalidad en que ésta se realice.

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