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Elecciones parlamentarias

Mauricio Ulloa

En el agitado e igualmente incierto panorama preelectoral, que este año promete durar más de lo acostumbrado a causa del “efecto independientes” y del proceso de primarias con que la derecha y la izquierda definirán a sus candidatos presidenciales, hay una alta probabilidad que la campaña parlamentaria inevitablemente pase a segundo plano.

Por otra parte, los cambios de bandos, las asociaciones o rupturas desprovistas de cualquier horizonte conceptual, el enorme desprestigio de los partidos políticos, como el imperio del marketing sobre el debate programático, acentúan esta irrelevancia de los candidatos y candidatas que compiten para llegar al Congreso.

Es oportuno recordar que al modificarse el período presidencial de 6 a 4 años se produjo el hecho de que siempre ambas elecciones van de la mano. Este hecho tiene algunas ventajas, como la economía en cuanto a procesos electorales, menos meses dedicados a campañas, por nombrar algunas, pero también tiene una importante debilidad al centrar la discusión principalmente en los temas presidenciales, lo que obliga a los candidatos y candidatas al Parlamento a sumarse a las propuestas de quien es el candidato a presidente de sus filas o preferencia. Este hecho, además, perjudica a quienes se postulan como independientes, ya que no existe asimetría en la posibilidad de discutir sus proyectos con sus contrincantes, cuando éstos a su vez se cobijan bajo el paraguas de la candidatura presidencial.

Otro efecto que probablemente no se sopesó cuando se analizó la reforma que modificó el período de duración del cargo de la primera magistratura, fue el hecho de que esto tensionaría a los partidos y coaliciones al tener que condicionar sus candidatos al Congreso al apoyo que dan a su vez a la candidatura presidencial. De ahí nacen muchas de las llamadas fugas o renuncias que complican las negociaciones y la configuración de las plantillas de diputados y senadores. Lo positivo, en todo caso, es que ha aumentado la competencia electoral, lo que en teoría es sano para la democracia.

Profundizando el punto de la competencia parlamentaria, también es discutible si es posible que ella se realice de manera tal que permita al elector conocer realmente cómo piensan los candidatos, cuáles son sus agendas y proyectos que llevaran a cabo durante su período, cuál es la independencia con que actuarán cuando sea necesario fiscalizar al gobierno de turno, ya que no se conoce efectivamente su postura individual.

La situación de tener campañas únicas al Parlamento y Presidente se ve mayormente dificultada por el sistema de gobierno excesivamente presidencialista, con importantes atribuciones legislativas que en definitiva disminuyen la fuerza que pudiera tener el Congreso cuando tiene mayores atribuciones e iniciativas propias. Las mociones de ley que nacen de un parlamentario normalmente deben ser negociadas con el Ejecutivo para que puedan ser discutidas y puestas en tabla, ya que es éste quien tiene la atribución de poner o sacar las urgencias con que se discuten los proyectos. Por eso, diputados y senadores suelen transformarse en lobbystas ante el Gobierno de turno para conseguir la realización o el financiamiento para obras o proyectos en sus distritos, o a la inversa, pasan a ser voceros de la gestión gubernamental frente a sus representados.

Sin duda que la historia de nuestro país ha marcado el sistema de gobierno que nos rige. Este hecho no debe olvidarse, pero el temor a cometer los mismos errores puede ser tremendamente paralizante e impedir avanzar en nuevas formas de mejoramiento de la democracia chilena, incluida la transformación de nuestro modelo de parlamento bicameral.

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