Cuando se piensa en la unidad de Urgencias deun hospital, las imágenes asociadas son de prisa, angustia incertidumbre, los cuerpos mostrando toda su fragilidad. Trabajar allí, es trabajar contra el tiempo, el dolor y ahora la muerte misma.
Sin embargo, tras 27 años como funcionaria en el hospital Herminda Martín de Chillán, la técnico en enfermería,
Sonia Cares, dice “yo nunca imaginé que me iba a tocar vivir algo así”.
Al salir de su casa cada día a trabajar, algo muy preciado queda tras suyo. “Yo tengo a mi pura hija, y ella me dice
que me cuide, porque si nos da, nos va a dar a las dos”. Tras mentalizarse para enfrentar otra jornada de lucha
contra el coronavirus, este enemigo que pareciera burlarse de nuestros intentos por controlarlo, ingresa a la unidad y puede sentir el miedo más que nunca, a pesar de su enorme experiencia.
“La gran diferencia es que si bien la unidad ha sido siempre un lugar de estrés, ahora ha aumentado mucho más,
mucho más. Hay temor, está la incertidumbre de saber cómo lo vamos a seguir enfrentando o si vamos a tener material, pero hasta el momento lo hemos estado dando todo por la gente”.
Ya le ha tocado enfrentar dos ingresos. Casos complejos, en los que la fiebre es un incendio y los pulmones se sienten como globos reventados por afilados clavos.
Casos en los que los mismos pacientes son vectores, el arma misma del enemigo. Y el trabajo es desactivar la bomba antes de que explote. Las camas críticas y los ventiladores están contados. Y Sonia sabe cómo van las
estadísticas y sabe que ya en otros países, sencillamente, no pueden atenderlos a todos y que ella es parte de este equipo que no descansa, el que se enfrenta cara a cara con el virus. No a través de una pantalla.
“Lo que nos queda es trabajar con buen ánimo, para sacar adelante a los enfermos, que eso es lo que uno viene a
hacer”, dice. Y agrega un arma más: “mi turno es súper unido, todos nos ayudamos y cuando hemos tenido ingresos hemos superado el temor, pensando que esa persona puede ser familiar de uno y no quisiéramos que estuviera mal atendido”.
Una familia de vidrio
Luis Jara Carrasco, con cinco años en la UCI, no esconde que el miedo fue una de las sensaciones que más marcaron al equipo cuando comenzaron los primeros contagios en Chillán.
Miedo a no poder eludir lo que se les venía a sus manos. A no poder quedarse en la casa, ni a guardar la distancia. Ellos no pueden darse ese lujo.
“Tengo un hermano que es operado del corazón, y tiene hartos factores de riesgo en el caso de que se contagiara el Covid-19, así que lo que hicimos a partir del primer caso que llegó acá en la UCI fue aislarme en la casa”, explica.
Cerraron el primer piso, para que él pudiera habitarlo solo, y todo el segundo piso, y la cocina, quedó para el resto
de la familia.
“A mi familia, a mis hermanos, en realidad los veo por la ventana”, confiesa.
Aún recuerda que para superar el temor se sometieron a terapias de grupo entre los enfermeros, hicimos harto coach entre los enfermeros, porque cuando se tiene miedo o inseguridad, se tiende a cometer errores”.
Gracias a todo ese esfuerzo, se ha hecho un trabajo que destaca por lo pulcro y ordenado. “Las jefaturas y los turnos han ido actuando a través de protocolos que hemos ido creando y hemos ido aprendiendo, a medida que han ido llegando más pacientes”.
Termina su turno y se desinfecta. Se va para su casa dejando al otro turno de colegas enfrentando la emer gencia, peleando contra el monstruo.
Reflexiona en que ha pasado más de un mes y que la gente ya sabe las medidas básicas para prevenir el coronavirus, como lavarse las manos con jabón por más de 20 segundos, mantener la distancia de más de un metro y todo eso que hoy puede recitar un niño de 4 años.
Rumbo a casa piensa en la soledad que lo espera en su primer piso, en ver a quienes quiere a través del vidrio y
piensa en los pacientes graves que ingresaron hoy. Pero en el viaje, algo lo vuelve a la realidad de un solo golpe: “Ver afuera que la gente anda como si nada estuviera pasando, mientras nosotros trabajamos para sanar, me da
rabia. Me duele”.