Señor Director:
Desde antiguo se dice que un hambriento discurre más que cien letrados. Entre los hambrientos de utopías, esos porfiados que buscan al “hombre nuevo”, ahora dirán también “mujer nueva”. En esa búsqueda, descubrieron que la utopía del futuro podría instalarse en el pasado. El mundo indígena apareció como un nuevo escenario, donde los males del mundo pueden ser desterrados.
Así como ayer se atribuyó a la clase obrera todas las virtudes, ahora estas se descubren en las “prácticas ancestrales”. Como estas prácticas no han sido contaminadas por los vicios de la sociedad burguesa, deben preservarse. De ahí surgen ejemplos de una vida “sana” sin lucro, una economía no extractivista, una agricultura sin agricultores, sin animales maltratados y con una naturaleza virginal.
Sus prácticas religiosas se instalan en La Moneda como contrapeso de aquellas otras tradicionales en las que creen los “poderosos de siempre”. ¿Qué puede haber más emocionante para estos emisarios del pasado que danzar junto a sus hermanos “originarios” para rogarle a la Pachamama? Una ministra comentó: “estamos protegidos”, convencida que estos ruegos serían más eficaces que los de la Catedral. Toda práctica religiosa merece respeto, solo queremos destacar lo novedoso que resulta esta emoción religiosa de quienes se declaran ateos y cuyos líderes cuando asumen un cargo no juran, prometen. Llama la atención la emoción con que danzan en torno a la Pachamama los mismos que cantan un himno revolucionario “No hay salvadores supremos: ¡Ni Dios, ni César, ni tribuno!, …” (Internacional Comunista).
Vivimos tiempos curiosos, se puede creer y no creer, admirar y hasta añorar una economía donde se bebe agua del río y se cosechan piñones, pero sin renunciar al celular que nos acompaña a todos gracias al maldito capitalismo.
Alejandro Witker
Historiador