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Conin: la invisible tarea de entregar cariño a niños que esperan un “egreso celestial”

Cristian Cáceres

A veces, cuando despertamos de un sueño demasiado intenso, una parte de nosotros se queda atrás, y el corazón sigue latiendo por las emociones que nos dejó esa historia que se esfuma de a poco con la luz de la mañana.

Pero hay entre nosotros, quienes viven su vida entera atrapados ahí, donde se cruzan ambos mundos. Personas como el doctor Elvin Martínez, director de Conin, quien, por ejemplo, mientras acompaña a su pequeño hijo a comprar ropa, su yo que aún sueña escoge de manera instintiva ropita para esa otra niñita que en ese mundo paralelo también es su hijita.

Cuando vuelve a ese limbo lleno de infancia inocente se cruza sus otros 53 compañeros de viaje. Ellos, los funcionarios de la sede chillaneja, también suelen comprar ropa o juguetitos para esos 19 hijitos a quienes no pueden sacar de ese sueño a la vida real.

Una vez adentro son bendecidos por el toque de esas manos pequeñas, redondas y torpes como dos cachorros jugando; tibias como el amor mismo.

Son bendecidos por las miradas y las risas de quienes jamás han odiado, los besos de quienes jamás se han ensuciado con alguna mentira; Juegan y bailan a la ronda en un cielo donde no hay envidias, ideologías odiosas ni nada por qué insultarse.

Sin embargo el reloj de arena no se detiene. A veces, el teléfono suena y les avisan que el destino volvió a llamar a uno de esos hijos que no existen en ninguna otra parte más que en sus corazones.

Detestan pronunciar esa palabra que empieza con “M” y que marca el final de la vida. Duele menos el término “egreso celestial”, que es el que normalmente le depara a casi todos los niños que ingresan, porque cuando lo hacen ya vienen con un diagnóstico que no da margen a la esperanza.

Aunque el dolor los ahoga, no pueden desfallecer. Hay más angelitos por quienes soñar, por quienes seguir adelante.

Sólo los consuela saber que estos pequeños pasajeros de la vida, que fueron abandonados como un mal recuerdo por sus padres biológicos, pasaron un mágico pedacito de vida al alero de sus cuidados.

Tal como los imprescindibles Leonardo Da Vinci o William Shakespeare, sencillamente, vinieron a este mundo, vieron, amaron y se fueron.

Esperando en la silla del sol

Para entender lo que sucede en Conin sin mayores eufemismos es necesario citar al alcalde de Chillán, Camilo Benavente cuando repasó en reunión de concejo municipal su última visita a la sede chillaneja, ubicada en calle José María Caro 565, población Vicente Pérez Rosales: “la verdad es que la mayoría de esos niños nacieron con problemas muy graves por lo que sus padres los abandonaron en el hospital. La mayoría de ellos tienen diagnósticos tan complejos que en el hospital de Chillán no los pueden atender y los derivan a Conin. Y allá los reciben, se encariñan con ellos, hacen unos esfuerzos tremendos, pero la verdad es que saben que la mayoría sencillamente se va a morir”.

Las siglas Conin significan “Corporación para la Nutrición Infantil”, nombre que hacía mucho más sentido a principio de la década de 1970, por la tasa de desnutrición que exhibía el Chile, cuando el país era uno de los más pobres del continente.

Fue fundado en 1974 como una corporación sin fines de lucro por el doctor Fernando Monckeberg Barros, quien como presidente histórico llegó a contar 32 sedes en el país, viendo además que superada la desnutrición, y tras recuperar a más de 85 menores, Conin comenzó a perfilar sus especialidades a otras necesidades médicas que afectan a los niños en Chile.

Actualmente, cuentan incluso con una UCI pediátrica y tratamientos para el desarrollo sicomotor y menores con problemas cognitivos casi irreversibles. Muchos de ellos ingresan con parálisis o en estado vegetal.

Eliana Díaz, enfermera de gestión reafirma que “no es posible no encariñarse con los niños que llegan acá. No es posible irse a la casa sin quedarte pensando en ellos, con esa preocupación de que no les vaya a pasar nada mientras tú no estás. Me pasa con la Pascalsita, que llegó cuando tenía tres años y ahora ya tiene cinco, pero desde su nacimiento, a causa de un infarto cerebral, hubo que hacerle una traqueostomía, una gastroestomía y desde entonces debe estar conectada al ventilador”.

Pascal es una de las pocas niñas que viven en Conin que no ha sido abandonada por sus padres. De hecho su papá, quien trabaja en el hospital de Talca llama todos los días para saber de ella.

“Ella pasa más dormida que despierta. Pero cuando despierta le hacen todas las terapias como a todos los niños que tenemos aquí, ya sea que se puedan mover, o estén postrados o en estado vegetal”. 

Reciben terapias de fonoaudiología, kinesiología, musicoterapia, masajes e incluso se busca estimular sus sentidos olfativos y –en caso que se pueda- gustativos.

Algunos casos sí tienen finales mejores. Cristina Painequeo, técnico en enfermería, relata que “una vez me enamoré de un niñito que llegó de bebé con síndrome fetal alcohólico. Se llamaba César. Con mucha dedicación logramos enseñarle a caminar, me acuerdo que quedaba hasta más tarde a veces para atenderlo”.

En Conin cada año que pasa es un real triunfo, no sólo porque superan los diagnósticos de esperanza de vida con que ingresaron los niños, sino porque además, de esas 32 sedes que llegó a haber en Chile, hoy apenas quedan cinco: Valparaíso, Santiago, Chillán, Temuco y Valdivia.

Por eso la “tía Cristina” se vino a trabajar a Chillán cuando se cerró la sede de Talcahuano, porque pese a que nada les asegura que no se sigan cerrando otras sedes, el amor por los niños sencillamente los supera.

Increíblemente, los niños casi no dan señales de afecto por sus cuidadores, y aun así los profesionales dicen sentir ese cariño.

El doctor Martínez explica que, como ya le ha pasado, “a veces sueñas con algunos de estos niños postrados y en el sueño ellos sí te hablan, sí te dicen cosas”.

César creció aún más y se fue en adopción. “Lo último que supe es que estaba bien, pero no podemos llamarlos ni nada de eso. Una vez que se van no podemos contactarnos con ellos”, explica la tía Cristina.

El último “egreso celestial” fue sólo hace unos años.

“Ella fue un caso muy especial porque ella nació normal. Hasta los tres años ella corría jugaba y hacía su vida como una niña normal, pero por negligencia materna, enfermó y al no vacunarla le diagnosticaron meningitis. Su estado de salud iba siempre deteriorándose”, explica la “tía Eliana”.

Se llamaba Trinidad y alcanzó a vivir hasta los 11 años cuando fue llamada y culminó así su espera en esta sede de la Silla del Sol.

El luto los golpeó a todos. Debieron pedir apoyo de la Achs, y hacer numerosos trabajos de contención.

“Hoy tenemos 20 camas, pero quisiéramos tener a lo menos 30 porque tenemos solicitudes desde el Maule a ciudades como Concepción y Talcahuano, el problema es que estamos en un espacio de apenas 364 metros cuadrados y necesitamos a lo menos mil” añade el doctor Martínez.

Buscando nueva casa

Conin Chillán cuenta con una médico pediatra, tres kinesiólogos, dos nutricionistas, dos trabajadoras sociales, una fonoaudióloga, una terapeuta ocupacional y una tía educadora de párvulos.

Pese a que cada niño requiere de gastos diarios que promedian los 200 mil pesos por concepto de medicamentos, uso de insumos médicos, alimentación, lavado de ropa y atención profesional, el Ministerio de Salud les aporta con 126 mil pesos para cada uno. El resto lo deben conseguir sólo con gestión y aportes voluntarios en alimento, medicamentos e insumos.

Ahora que cumplen 40 años este 26 de mayo tiene un objetivo no menos complejo, conseguir mediante Bienes Nacionales un nuevo hogar. Donde están hoy, no cuentan con patio ni pueden instalar lavadoras industriales, por lo que al usar sólo lavadoras domésticas cada año deben cambiarlas por cumplimiento del ciclo de vida.

“Como si fuera poco, ya nos han entrado a robar un par de veces”, acusan.

Esperan avanzar con el actual seremi de Bienes Nacionales (“y que no lo cambien tan rápido”, acotan) pero además pidieron apoyo al municipio.

“Yo fui al lugar y quedé impactado. Mi primera idea fue conseguir recursos para una lavadora industrial pero lamentablemente descubrieron que el lugar no les permita instalar una; de todos modos la intención es gestionar incluso mayores subvenciones a las que ellos mismos me pidieron, y creo que nadie en el concejo podría oponerse”, comentó el alcalde Benavente.

Felipe Ahumada

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