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Clase media

La crisis ha afectado a todos, pero se ha ensañado particularmente con la clase media, esa que se está quedando desempleada, que ha visto cómo sus ahorros se esfuman rápidamente y que, además, no tiene capacidad de continuar cumpliendo sus compromisos financieros.

Si bien en Chile no hay una definición estándar de clase media, es evidente su fragilidad, derivada de una alta fluctuación del ingreso familiar. En síntesis, familias que dejan la condición de pobreza y familias que vuelven a ella, con un alto nivel de endeudamiento, facilitado por un permisivo acceso al crédito y prácticamente sin ayuda estatal.

El Ingreso Familiar de Emergencia que se creó para la actual crisis, por ejemplo, está pensado para los hogares de ingresos de hasta 400.000 pesos, que representan apenas al 34% de los hogares chilenos, dejando fuera a toda la clase media, equivalente a casi 9 millones de habitantes.

Los expertos estiman que una fracción importante de la clase media chilena caerá en la pobreza debido a la pandemia y que otra porción significativa quedará en una situación de vulnerabilidad aún mayor, mostrando la peor cara de un modelo que se jacta de haber reducido dramáticamente la pobreza en Chile, de un 40% en 1990 a un 9% en 2019, pero que no admite que todo fue a costa de una clase media que accedió a mejores niveles de bienestar, a cambio de endeudarse de por vida. 

Salvar a la clase media debe ser también una prioridad para el Gobierno, que llega tarde en su reacción ante esta compleja problemática. La ampliación del subsidio de arriendo, opciones de créditos con interés real cero y sin letra chica, para que la clase media pueda hacer frente a compromisos financieros como el pago de dividendos, y transferencias directas a las familias vía programas sociales, son todas propuestas que han llegado esta semana al Ministerio de Hacienda y que merecerían ser evaluadas.

El motor de las economías no es la banca, sino la clase media, esa que trabaja y hace que las empresas de bienes y servicios marchen y funcionen. No podemos caer en la utopía de que de esta crisis que afecta al 90% de las familias del país se saldrá a través de emprendimientos particulares.

Es evidente que el Estado debe recaudar para cumplir los compromisos que está adquiriendo para atender eficazmente los estragos de la enfermedad, aunque esto no puede convertirse en un cinturón que asfixie a las personas de ingresos medios, que hoy a duras penas cuentan con los medios para subsistir y que, como se ha visto, no han encontrado en el sector bancario una mano que les ayude a sobrepasar el mal momento.

La clase media no es ni pobre ni rica, no recibe subsidios del gobierno, ni tiene la plata suficiente para abordar los gastos del mantenimiento en esta emergencia del Covid-19 sin ingresos. Ese es su drama, el de la mitad de Chile.

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