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2019-2020

La nomenclatura humana parece programada para hacer balances y remozarse cada vez que se termina un ciclo. Un fin de año resulta perfecto para aquellos ejercicios. El final del 2019 no fue la excepción. Junto con balances dramáticos en algunos casos, la esperanza surge con fuerza y tal vez es por eso es que las fiestas de Año Nuevo destilan alegría. Y no importa que horas antes la realidad haya golpeado duro.

2019 será recordado, sin duda, como el año del estallido social, de la crisis del desencanto; el año en que Chile despertó ante las heridas del crecimiento económico, la desigualdad y el deterioro moral de sus instituciones políticas.

Una combinación de decepciones creó la movilización social más masiva y potente desde que el país recuperó la democracia, hace 30 años, y dejó en evidencia otros factores de una crisis que también es cultural y política, y ante la cual los tres poderes del Estado han sido apenas observadores, incapaces de conectarse con sus raíces más profundas.

Por eso, para el Gobierno el panorama es poco alentador. La aprobación del Presidente es la más baja de la historia, su gobierno tendrá que construir un nuevo relato, a regañadientes en muchos aspectos, lo que no augura nada bueno. Mientras tanto, la oposición, que podría capitalizar a su favor estas crecientes debilidades y construir una alternativa de gobernabilidad futura, sigue dividida y condenada a la intrascendencia.

Y si el panorama político es complejo, el económico lo es más. El crecimiento estará entre 1% y 1.5%, y el desempleo aumentará en al menos 2 puntos; más de 250 mil personas quedarán sin trabajo en todo el país, una vez que se hagan los ajustes post reventón social.

A escala de Ñuble, la desaceleración también dejará miles de heridos en el camino, por lo que el empleo deberá ser la máxima prioridad de las autoridades, sobre todo en los meses de invierno, cuando se congela el mercado laboral agrícola.

También habrá conflictos propios de un año de elecciones municipales y regionales donde oficialismo y oposición se juegan cosas muy importantes. También, probablemente, seremos testigos de liderazgos locales difusos, como consecuencia del síndrome que suele afectar a los alcaldes y otras autoridades que van a la reelección.

Fin de año es un tiempo de balances, que exigen siempre matizar entre lo bueno y lo malo, entre los aspectos más grises del año en cuestión, así como de sus hechos más positivos y alegres. Ese el ejercicio que proponemos en esta última edición de 2019: cotejar y sopesar fracasos y éxitos, acuerdos y conflictos que se contraponen todo el tiempo, como dos caminos que van en direcciones opuestas, pero que forman parte de una sola trayectoria.

Nunca los balances son de un solo color, nunca son en un solo sentido. Tal es la conclusión de cualquier ponderación madura sobre lo que ha sido el año y respecto de lo que realmente puede esperarse para el 2020 que se avecina, donde el proceso constituyente representa la gran oportunidad, como sociedad, de mirar el futuro y el país que queremos. 

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