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Volver a lo esencial

Muchos pensamientos nos acompañan permanentemente, unos de temor por el virus, otros por si seguiremos teniendo empleo. Se han exacerbado las enfermedades mentales y la violencia intrafamiliar. En la calle, ya no son visibles los rostros de las personas. El teatro municipal, pub y restaurantes, lo mismo que decenas de canchas de fútbol, son inmensas mazmorras del silencio.

Mientras tanto, la vida virtual lo invade todo. Facebook e Instagram exhiben la vida y los bienes que poseemos o aspiramos tener. Podemos vestirnos solamente de cintura para arriba en las videoconferencias, pues la realidad es lo que enfoca la cámara. Todo puede faltar excepto el celular. ¿Qué sería de nosotros si nos quedamos sin internet, si se saturan las redes o se cae la señal? Seguramente nada, solo un enorme sentimiento de vulnerabilidad.

Pero algún día el virus será erradicado o pasará a integrar el cóctel con el que anualmente nos vacunamos de la gripe. En algún momento, el Covid-19 dejará la tapa de los diarios para instalarse definitivamente en los libros de medicina y también de historia. ¿Cuándo ocurrirá? Es difícil saberlo.

La vacuna estaría disponible recién en un año más, de modo que el virus se habrá llevado una gran cantidad de vidas y otro tanto de hábitos que los humanos fuimos incorporando a través de los años, junto con la necesidad de relacionarnos, de contactarnos, de acercarnos, de acariciarnos, de protegernos y que, ante el avance de la pandemia habremos aprendido a desechar para evitar contagios.

Una vez que la humanidad haya logrado la vacuna, es de esperar que las medidas preventivas, que nos inculcaron para salvaguardar nuestras vidas, no hayan llegado al punto que la necesidad del abrazo ante un reencuentro se reemplace por un emoticón digital con el que estaríamos comunicando cuán contentos nos sentimos, pero con la seguridad de que el riesgo del contagio se lo llevó la victoria de la lejanía sobre la cercanía. Y no haya más abrazos para festejar.

Al final de esta crisis, que todos esperamos que llegue pronto y con la menor cantidad de estragos posibles, todas nuestras vidas y nuestros planes habrán cambiado para siempre. El mayor error a estas alturas sería salir de estos días oscuros e inciertos sin haber aprendido lección alguna, o sin haber transformado radicalmente la forma en que vivimos y percibimos a los demás. Será, entonces, el momento de volver a lo esencial, prescindiendo de tantas cosas inútiles y nocivas que nos ha impuesto la sociedad de consumo, que erige al individualismo como fuente principal de la libertad y nos recuerda que somos seres sociales, que querámoslo o no, viajamos en el mismo barco, somos interdependientes y debemos actuar en forma coordinada si no queremos zozobrar ante ésta y futuras crisis.

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