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Tolerancia

Hay algunas cosas que tanto políticos como ciudadanos de a pie podríamos hacer para vivir con cierta armonía y relativa tranquilidad. Una de ellas es no creer que nuestro pensamiento es el mejor, y mucho menos el único que puede existir.

En épocas no tan lejanas, el ciudadano de a pie, o sea el hombre común, solía enterarse de los hechos modificadores de su existencia por medio de una prensa muy limitada y generalmente manejada por los adinerados. De más está decir que las informaciones e interpretaciones estaban teñidas de una excesiva subjetividad. Con el tiempo las cosas se fueron modificando y los grupos minoritarios u opositores tuvieron sus espacios, clandestinos en épocas de dictadura y públicos en las democráticas, pero aún en los períodos de libertad plural siguen (y seguirán) apareciendo las zonas grises.

A los viejos les resulta agobiante y abrumador tratar de explicar qué pasó hace medio siglo, porque se mezclan la pérdida de la memoria y la comparación con la realidad de hoy. Los jóvenes, en tanto, preguntan, cuestionan y con la ignorancia de lo que no han vivido y la perspectiva acotada por lo que les toca vivir, también suelen mezclar las cosas.

Lo que para unos es blanco para otros es negro, y así, con esa valoración obtusa y cerrada marcada por nuestra extracción social y delimitada por el nivel de cultura e información que hayamos llegado a poseer, pronunciamos sentencias, afirmamos verdades sagradas y solemos descalificar impiadosamente al que tiene otro punto de vista.

Nadie es dueño total de la verdad. Hay muchas pequeñas verdades que cada uno lleva en su mochila y deberíamos respetar las razones que originaron esas pesadas cargas vitales.

Comprender el dolor de los otros y las razones de esos dolores debería ser parte fundamental de nuestro modo de vida. Porque sólo entendiendo el lugar y las circunstancias que marcaron a aquellos que están en otras veredas podemos empezar a desentrañar las cosas que luego se vuelven incomprensibles si las dejamos pasar definiéndolas superficialmente con el desprecio por lo que es distinto a nosotros.

Es lógico, comprensible y necesario que cada uno sostenga sus ideas y principios, pero también es interesante oír otras opiniones para coincidir, rechazar o intentar -por un momento- ponerse en la vereda opuesta. No quiere decir que vayamos a cambiar nuestras convicciones, pero podemos quizás repensar algunas cosas que pueden ser posibles de nuevos y enriquecedores puntos de vista.

Muchas veces encerrados en nuestro microcosmos nos olvidamos de las pautas de otros mundos y otras realidades. Por lo tanto, no seamos superficiales y simplistas para interpretar opiniones ajenas; pongámonos por un momento en el lugar del otro, ya que solo pensando honestamente qué haríamos nosotros ante esas mismas situaciones no nos perderemos en el laberinto que -aunque suene contradictorio- significa transitar siempre por la misma vereda.

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