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Sólo nos salvaría una barca

Una amiga me escribe un largo correo con el ruego de que la ayude en sus crisis, las que en estos tiempos, se disparan todas concatenadas y sin filtro. Desde su encierro me confiesa esa antigua ansiedad, que rebrota con el miedo pandémico: “Si soy honesta, cuando siento que en cualquier momento la muerte me puede entrar a mis pulmones y ahogarme, lo que habitualmente más me quita el sueño es el miedo y la no aceptación de esta ley o “marca” de vida como es la muerte. Con esto me refiero a mi muerte, a la de mis hijos, a la de los que más quiero, etc. Ya no me rebelo, pero en el fondo nacer para luego de un tiempo morir ¿A quién se le ocurrió este diseño perverso? Estamos arrojados al misterio, sabemos que vamos a morir, pero no sabemos lo que sigue, ¡que maldad más grande!”. Me mueve responderle apoyándome en la undécima tableta de la Epopeya de Gilgamesh. Se trata de aquella historia transmitida oralmente desde la noche de los tiempos, y en la cual se inspirara el relato del Noé bíblico, la que data del XVIII A/C. (En esta proto-historia del diluvio universal, el Noé babilonio-sumerio se llama Utnapishtim): “Angustiado por la inevitabilidad de la muerte, Gilgamesh atravesó la Tierra esperando encontrar el sabio Utnapishtim, el único ser humano que recibió la inmortalidad de los dioses. Utnapishtim le revela el secreto de los dioses. Él recuerda: “ Los dioses estaban a punto de destruir a la humanidad, cuando de repente todo se quedó callado. Y hice silencio, y pude escuchar la voz de Dios, y la voz decía :” Suelta todo [destruye tu casa ] y construye un arca…Salva la semilla de los vivientes todos en la cala de una barca, una barca que tu mismo construirás”.

Y ya conocemos todo el resto de la historia. Gilgamesh no entendió la respuesta de Utnapishtim. ¿Cuál era secreto de los dioses? El secreto de los dioses era el silencio. Quien sabe callar desde dentro, abre sus orejas. Y solo así se logra entender lo que se encuentra más allá de lo que es esencialmente humano. Pero en esta historia hay otras grandes moralejas, como la de navegar conscientemente en una barca autoconstruida, con suministro autoabastecido y con desapego luego de “destruir tu casa”. Porque el ser completo reconstruye su mundo volviéndose consciente en una barca de propia manufactura, la que corresponde a una mente propia y a una consciencia despierta. Como vemos, lo opuesto a la del teléfono, que navega en un mar digital que nos controla y enajena. Luego viene el abandonar las “tierras bajas”, el subir a una cumbre y así elevarse sobre las aguas del inconsciente. Una vez allí, parapetados en la mirada superior, se allegan las semillas de todas las cosas vivientes. Vale decir, las experiencias que se observarán con otra luz. Las semillas de todas las cosas es la consciencia y el develamiento de su significado. Porque es esto, en última instancia, el germen de la Vida verdadera. Aunque hoy por hoy y dado lo vital que empieza a ser el alimento cercano y fresco, en nada habría que leer este poema alegóricamente, sino como llamada muy concreta a construir una barca-huerta, donde se cultiven ejemplares de ojalá la mayor variedad de especies.

En verdad, una de las historias más arcaicas del mundo, nos revela que sólo contamos con nuestra personal arca/barca de la consciencia. En su bodega-memoria, colocar bien ordenadas las semillas esenciales de lo vivido, es decir, los aprendizajes de las recapituladas experiencias convertidas en sabiduría. Con ella navegaremos tanto sobre las aguas del diluvio de las catástrofes venideras, como muy serenos hacia ese puerto de evaluación de la carga que es la muerte. Se trata de varar en lo alto nuestra barca-mente, de lo contrario nos ahogaremos en las aguas de la ansiedad y la inconsciencia, cayéndosenos todo al barro más negro.

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