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Redes sobreestimadas

La vertiginosa expansión que los medios de comunicación han tenido en las últimas décadas viene registrando un fuerte impacto sobre la política. Esos medios, en especial las redes sociales, se han convertido en una nueva ágora, es decir, en el lugar al que acuden para conectarse con la esfera pública ciudadanos y ciudadanas que comparten opiniones y valores comunes, permitiéndoles informarse y autoconvocarse a distintas actividades.

Sin embargo, esas oportunidades conviven con falsos paradigmas y desviaciones que también hemos visto a partir de octubre pasado. La más evidente es la sobreestimación, pensar que las redes sociales fueron inductoras centrales del movimiento social. Lo que ha ocurrido en nuestro país es mucho más profundo. El malestar acumulado y percibido por la inmensa mayoría de los chilenos no tiene una causa única, y de ahí la complejidad para abordarlo desde la política y las ciencias sociales, en general.

Una segunda idea a desterrar es esa de que las redes sociales son plataformas donde la información puede circular libremente. Un discurso que tan inocente como falso. Cada red social tiene normas que las rigen, muchas de ellas automatizadas. Lo vimos con Instagram, que censuró las imágenes que mostraban la violencia policial en Chile, o con el polémico informe del Gobierno que analizó el comportamiento de casi 5 millones de internautas y 60 millones de comentarios, entre el 18 de octubre y el 21 de noviembre.

Finalmente, conviene estar muy atentos a su verdadero potencial articulador de demandas y capacidad de permear la agenda política. Las redes sociales son un espacio valioso desde donde recoger y discutir problemáticas sociales, pero hay que tener cuidado, porque a diferencia de lo que ocurre en una asamblea o cualquier otro espacio físico donde la comunicación se da cara a cara, son susceptibles de ser distorsionadas y utilizadas con fines demagógicos.

No olvidemos que las tecnologías no son neutrales, son falibles, están expuestas a ser explotadas y atacadas. De hecho, en el Chile actual encontrarían su peor designio si en vez de servir a las transformaciones sociales y políticas que el país necesita, terminan enmascarando los afanes desestabilizadores de grupos extremos o la vocación de las oligarquías políticas y económicas por mantener sus privilegios, hoy amenazados por el descontento social.

Revitalizar nuestra democracia supone escuchar bien lo que dice el pueblo, para cuyo propósito las redes sociales son un gran aporte. Pero más importante aún es la capacidad de aquellos que tienen posiciones de liderazgo de interpretar en lo profundo los anhelos y esperanzas de la gente, acompañada de la disposición para proponer caminos difíciles en que cada uno se haga cargo de sus desafíos adaptativos. Solo así la sociedad chilena podrá responder a las urgencias de los más vulnerables que claman por respuesta y comenzar a superar la crisis política y social en la que se encuentra encallada.

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