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La emergencia sanitaria ha incrementado la incertidumbre y el pesimismo en materia económica que se instaló en Ñuble a partir del estallido social. La encuesta desarrollada por la Facultad de Ciencias Empresariales de la Universidad del Bío Bío, conocida días atrás, reveló que solo el 3,9% de los empresarios locales reconoce estar preparado financieramente para enfrentar la pandemia, un 90,2% manifiesta estar preocupados por sus niveles de endeudamiento y 64,7% declara proyecciones negativas para sus negocios. De hecho, 62,7% pronostica que la situación económica de la región, en un año más, será igual o peor que la actual.

Y probablemente no se equivocan. Mientras persiste el dilema entre salud y economía, lo único claro es que muchos de los graves problemas comenzarán a verse una vez se logre controlar la expansión del virus y cuando se hagan palpables las ruinas que deja la emergencia en nuestro país y el planeta. 

La recuperación será lenta; por ejemplo, el turismo se tardará por lo menos dos años en volver a los registros que se veían a comienzos del 2020. No habrá, por un buen tiempo, grandes eventos públicos, competencias deportivas, seminarios, restaurantes o salas de cine repletas.

Tendremos que acostumbrarnos a experimentar un cambio de vida, en la manera de relacionarnos, en los horarios de trabajo, y dejar a un lado las dinámicas sociales pre pandemia. Además, es necesario ser realistas, sobre todo en Ñuble: con la cantidad de empleo que se destruirá veremos un aumento significativo de la informalidad, que ya se empina sobre el 30 por ciento .

Es claro que no hay una fórmula mágica que permita obtener de inmediato el antídoto contra el virus y tampoco contra la recesión. Seguro aparecerán. De hecho, las discusiones en materia económica están llegando hasta el replanteamiento del modelo de desarrollo que ha imperado en el mundo.

Las necesidades serán inmensas, pero la prioridad debe ser la salud. Llegó el momento, porque no hay que descartar nuevas pandemias, de invertir todo lo que requiere el sistema de salud público y terminar con un modelo que abultó el bolsillo de pocos y precarizó un derecho fundamental de los chilenos.

Desde el punto de vista de las expectativas, ésta es sin duda una de las mayores crisis que han debido enfrentar los ñublensinos en las últimas décadas, y a la luz de las proyecciones, también lo será en materia de inversión, ingresos y empleo, pero también es una oportunidad de focalizar los esfuerzos en aquellas demandas que cobraron mayor notoriedad como consecuencia del estallido social y la pandemia, como la necesidad de fortalecer el sistema de salud público e incrementar la cobertura de la conectividad digital, que son determinantes en la forma como las familias pueden afrontar los desafíos que esta crisis representa.

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