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Ñublensinos buscan a sus familiares entregados en adopción irregular

Carmen Améstica (62) recuerda cuando una religiosa del Hogar de Menores Sacratísimo Corazón de Jesús, donde ella se había criado, le dio dinero para comprarle ropa a su hija de diez meses, Susana. Corrían los años 80, Carmen vivía en Chillán Viejo, tenía cinco hijos, era madre soltera y sin estudios. Trabajaba en la comunidad religiosa haciendo aseo.

“Yo estaba muy contenta. Fui a la tienda Ropalín y le compré a mi niña zapatos de charol y un vestido blanco. Susanita era muy bonita, tenía las pestañas largas, era rosadita y tenía el pelo rizado”, recuerda.

Las religiosas le tomaron una fotografía en la Plaza de Armas, frente a la Catedral. Ese es único recuerdo que Carmen tiene de Susana.

Ella es parte de los denunciantes que buscan a sus hijos, que aseguran fueron víctimas de adopciones irregulares, caso que investiga el juez Mario Carroza, y que tiene más de 20 mil denuncias en todo Chile. Con la ayuda de su hija Elizabeth, interpuso una denuncia en la PDI y forma parte de la agrupación “Madres e hijos del Silencio”, que apoya gratuitamente a las familias en sus búsquedas.

“En Chillán la mayor cantidad de denuncias están asociadas a religiosas, quienes se acercaban a madres que vivían en condiciones vulnerables, y les decían que les podían dar apoyo, y que mientras trabajaban, podían dejar a sus hijos en guarderías. Una vez que los dejaban ahí, las forzaban o engañaban para firmar documentación y darlo en adopción”, explica Karen Alfaro, historiadora de la Universidad Austral de Chile, quien mediante un proyecto Fondecyt desde 2017 realiza una investigación del caso adopciones irregulares a nivel país.

Luego de comprar la ropa, Carmen asegura que le entregó un vuelto de 5 mil pesos a la monja. “La madre Cecilia me dijo que me lo dejara para mí, que con eso le comprara algo para la once a mis hijos. También me dio un pedazo de queque y galletas”, recuerda.

Después de que le entregaran las fotografías, la religiosa le comunicó que su hija viajaba en un avión rumbo a Italia.

“Cuando fui a verla y me dicen que no estaba me las lloré todas, me vine por el camino, agachada, me sentaba a llorar y la gente me preguntaba qué me pasaba. Me dio depresión, escuché a mi hija un mes llorar, oía su llanto”, relata.

Antes de eso, las religiosa del hogar la llevaron donde una juez de menores, quienes legalizaban los procesos de adopción. “La jueza me dijo: te vamos a quitar a Susana. Yo le dije: por qué señora jueza si mi guagua es mía, por qué me la van a quitar si nunca nadie me ha ayudado a darle de comer a mis hijos, yo les doy harina dorada con leche y no están desnutridos. Cállate, cuando yo te diga que hables ahí vas a hablar, me contestó. Cuando salí, la madre Cecilia me aseguró que todo estaba bien”, afirma.

“Me quedé con un vuelto de cinco mil pesos, cuánto le habrán dado a ella por mi hija. Cuando vino una monja belga a quitarme a mi otra hija, la eché a palos, antes era tímida, me daba miedo hasta que me gritaran”, admite.

Elizabeth ayudó a su madre a iniciar la búsqueda de su hermana.“Ella nació el 5 de abril de 1988 como Susana Andrea Sepúlveda Améstica, todavía figura inscrita en el Registro Civil, pero su foto no carga, es como si hubiese desaparecido”, revela.

Carmen sostiene que “me gustaría saber si está bien, y que sepa que su madre no la regaló, que me la robaron. Nunca quise deshacerme de ella, yo la estaba amamantando. Yo lavaba a escobilla, la ponía debajo del parrón con un pedazo de esponja, una frazada y un cascabel. Ella se reía cuando se movían las hojas del parrón y movía sus piernecitas. Entonces yo dejaba de lavar y le daba pecho”.

Irregularidades en el hospital

Como regalo del Día de la Madre, Estefany Urra quería encontrar el lugar en que habían sido sepultadas las hermanas fallecidas de su madre, a quién siempre escuchó que su familia llamó “las gemelitas”, y que habrían fallecido a los tres días después de nacer. Quería poder reunirlas con los cuerpos de sus abuelos ya fallecidos.

“Busqué todos los documentos, y me di cuenta que en el Registro Civil solo aparecía inscrita una. En el cementerio pasaba lo mismo, me dijeron que su tumba ya no existía, porque como había pasado mucho tiempo, estaban en el patio 3, en la fosa común”, sostiene.

Mis padres nunca vieron a mis hermanas muertas, solo les entregaron un cajón blanco. Mi papá que siempre vivió en el campo, no sabía ni leer ni escribir, por lo que solo firmó con su huella sin entender de qué se trataba”, relata Lucía Troncoso, madre de Estefany.

La historiadora Karen Alfaro enfatiza que “sobre todo a las madres que tenían gemelos o mellizos, les sustraían a uno y dejaban a otro. Y a aquellas que les decían que sus hijos habían muerto, en la mayoría de los casos, nunca veían el cuerpo de sus hijos, solo les decían que eran arrojados a una fosa común. Esto es lo que a ellas siempre les dejó con la duda, porque no había evidencia de que ese bebé había muerto”.

Estefany presentó una denuncia en la PDI con toda la documentación. El instructivo del juez Carroza es acudir a las policías regionales, donde los casos serán derivados a su investigación.

La familia pidió la ficha clínica al Hospital Herminda Martín, donde nacieron las gemelas, sin embargo, asegura que pese a todas sus gestiones, no se la entregaron.

Consultado por este medio, el Hospital respondió que “la Oficina de Informaciones Reclamos y Sugerencias se reunió con su hija para explicarle que se realizaron todas las gestiones para conseguir los antecedentes solicitados, pero que lamentablemente no fue posible acceder a su requerimiento, pues debido a los años transcurridos, no existe una copia de la ficha clínica requerida que data del 12 de julio de 1965. Según lo establece la normativa legal, debemos resguardar todos los antecedentes clínicos por un período de 15 años”.

Lucía no quiere llevar flores al patio 3 del cementerio, porque están convencida de que al menos una de sus hermanas está viva.

Juana Godoy tenía 18 años cuando llegó a dar a luz en el Hospital Herminda Martín en diciembre de 1978. Venía de San Ignacio. “No sentí dolor cuando tuve a mi hijo. Yo lo vi, tenía el pelito negro, sus manitos, sus bracitos, sus piernas. Yo lo oí llorar”, recuerda.

Relata que en la sala habían cuatro enfermeras, que una de ellas la sedó y al despertar, le dijeron que su hijo era una “pelota de masa”, que no dejaron que ni su marido ni su madre lo vieran. Tres días después la dieron de alta. Cuando volvió a San Ignacio, carabineros le informó que su hijo había muerto.

“Yo quería llevarme el cuerpo de mi niño. Yo no hablaba mucho porque era del campo, tímida y no tenía estudios. Cuando preguntamos por él, la enfermera nos dijo que ya habían retirado su cuerpo. Reclamamos y luego volvió la enfermera y me hizo firmar un papel que no leí. Estoy segura que eran los documentos para dar en adopción a mi guagua”, considera.

“Me dijo que le pusiera un nombre, yo lo llamé Juanito. Éra de una familia humilde, pero todos mis hijos son profesionales, nunca lo hubiese regalado”, agrega.

Cuando vio por televisión el caso de adopciones irregulares, Juana siguió investigando, y con ayuda de su hija contactó a la agrupación “Madres e Hijos del Silencio”. Su caso también es investigado por el juez Carroza.

La madre de Karen Cáceres tuvo a su segundo hijo en casa, pues vivía en un sector rural de Coihueco. La ambulancia del Hospital Herminda Martín llegó cuando el parto había terminado. Su madre y su marido la acompañaron en la ambulancia hasta el hospital.

“Mi hermanita Deyanira estaba bien, pero la dejaron en el hospital. Al tercer día, cuando dieron de alta a mi mamá, le dijeron que el bebé había fallecido, pero no tiene acta de nacimiento ni de defunción, y nunca le entregaron el cuerpo a mi papá, le dijeron que lo tiraron a una fosa común. Era 1985, en dictadura, una época difícil”, afirma Karen.

“Cuando en los medios empezaron a publicar reportajes de adopción irregular, lo vimos como una posibilidad, porque nos dimos cuenta de que no era aislado, que muchos contaban una historia similar. Mi mamá siempre ha pensado que mi hermana está viva, no hay registro de ella, como si no hubiese existido, pero cada 30 de junio mi mamá la recuerda, porque para nosotros sí existío”, añade.

Karen encargó por medio de la agrupación un kit de ADN, cuyas muestras se recopilan en un banco de ADN en Estados Unidos. Si su hermana efectivamente fue víctima de una adopción irregular, y los está buscando, la encontrarán.

Buscando a sus madres

Carmen no tiene ningún documento que pruebe que es adoptada, solo la palabra de su madre adoptiva, quien le gritó a los siete años que no era su hija biológica. “Mi madre era una mujer de mucha influencia, amiga de una jueza, me dijo que me fue a buscar a una casa maternal. Ella y mi abuela me golpeaban, por eso llegué a un hogar de una monja belga”, relata.

Asegura que la enviaron a Bélgica, pero que pidió que la trajeran nuevamente a Chile, pues recuerda que allí fue abusada. “Cuando yo llegué a Chile la madre belga se enojó porque había plata de por medio. A mí me llevaron con una hermana, Jéssica Chandía, ella se quedó allá. Antes de irnos yo entré de sorpresa a la oficina de la monja y vi que le pasaban plata”.

Anita nació en septiembre de 1979 en el Hospital Herminda Martín. Sus padres le dijeron desde pequeña que era adoptada, pero fue cuando tuvo a su hijo, que sintió la necesidad de conocer a su madre biológica. “Pedí mi expediente al Sename, pero el nombre de ella (M.E.S.R.) no existe, y el informe dice que no tiene Rut, lo que me parece muy extraño. Me gustaría encontrarla, saber por qué me dio, si hubo algo irregular”, enfatiza.

“Fui al Hospital, pero me dijeron que mi partida de nacimiento no estaba, que se habían perdido luego de una inundación. En el expediente de adopción se lee que mi mamá biológica era de campo, pero que sus padres la echaron de la casa porque quedó embarazada, por lo que me daba en adopción porque no podía trabajar con una hija”, cuenta. Firma el documento la jueza de menores Amelia Stevens, quien también es mencionada en al menos tres relatos de presuntas adopciones irregulares. Ella también fue la jueza ante la que Carmen Améstica se presentó y trató de explicar que ella alimentaba a sus hijos y que no quería entregar a su hija en adopción. 

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