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Ñuble se seca

El agua dulce ya se acabó para los habitantes de vastas zonas del país, sin embargo en Ñuble actuamos como si eso fuera una pesadilla que nunca nos tocará vivir.

Es un mal consuelo creer que se trata de un problema pasajero. La crisis del agua va más allá de la sequía, tanto en Chile como en el mundo. El agua dulce que hasta ahora ha sustentado los crecimientos de la población mundial, de la agricultura para alimentarla y de un sinnúmero de actividades que usan agua en sus procesos, representa aproximadamente un 0,4% del agua disponible en el planeta. Un 97,5% es salada y el saldo son glaciares, hielos eternos y acuíferos profundos hasta ahora inaccesibles.

A nivel global, el avance que se ha conseguido en la cobertura de los servicios de abastecimiento y saneamiento no es suficiente: actualmente una de cada seis personas no accede al agua potable, dos de cada cinco carecen de saneamiento adecuado y todos los días 3.800 niños mueren por enfermedades asociadas a la falta de agua potable y de saneamiento. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), dentro de 5 años, 1.800 millones de personas vivirán en países o regiones con total falta de agua y dos de cada tres sufrirán su escasez.

Lo que alcanzaba en tiempos de nuestros abuelos, comienza a hacerse poca. Dicen que será motivo de futuras guerras en muchos lugares. La escasez es provocada por el crecimiento de la población y de la actividad para sustentarla, así como también, por el calentamiento global y sus efectos.

No es por azar que la “huella del agua” (cantidad de agua para llegar al cliente desde la tierra) viene pisando los talones a la “huella de carbono” cada vez más exigida. Aprovechemos estos datos globales para volver a nuestra más modesta realidad. Primero, entender que no se trata de una sequía transitoria, sino de un futuro constante. Todos los modelos globales coinciden en que se producirá una aridización en la zona central y sur del país.

Sea por razones circunstanciales -como fue el fuerte descenso de las precipitaciones nivales en la cordillera durante el invierno de 2019- o de más largo plazo -como el cambio climático y el aumento de la demanda- lo concreto es que hoy Ñuble tiene un déficit promedio de 40,5% en los caudales de sus principales ríos (Diguillín, Ñuble, Chillán e Itata) y se acentuará con el correr de los meses, amenazando gravemente a la actividad agrícola.

Hay grandilocuentes discursos sobre las propuestas que el país necesita, pero no sobre las crisis hídricas que se viven y anuncian. Todos esperamos que la sequía termine, pero su final no mejorará la fracasada institucionalidad que gestiona nuestra agua dulce, ni terminará con el vertedero de cantidades colosales de agua que va a dar al mar, ni cambiará la cultura del derroche de agua en el hogar y en las actividades productivas.

Nuestros serios problemas de agua no terminarán con un invierno lluvioso. Aprovechemos la sensibilidad que ha generado la sequía para abordar seriamente un problema crítico que hay razones para considerar grave y creciente. 

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