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Muertos por covid-19, resurrección y esperanza

Según cifras oficiales, en Chile han muerto más de 24.000 personas debido al covid-19. En circunstancias normales, la mayoría de esas personas estarían todavía entre nosotros, lo que muestra la magnitud de la tragedia que vivimos. Un dolor grande para sus familiares y una mala noticia para la sociedad.

En la semana santa que acabamos de celebrar, hemos proclamado que Cristo ha vencido la muerte con su resurrección. Es un anuncio que está en el centro de la fe cristiana, y es fuente de consuelo y esperanza frente a toda muerte. No nos devuelve los muertos a la vida terrena, pero nos dice que ellos viven en Dios para siempre, por lo que su ser único y personal no se ha perdido en la nada. Y si viven en Dios, de alguna manera permanecen unidos a nosotros.

¿Qué afirmamos con la fe en la resurrección? Ante todo, que Jesús resucitó, que su existencia no terminó en el sepulcro y que Él vive lleno de vitalidad sobrenatural, vestido de infinita luz. Y al afirmar esto, sostenemos también la validez de su entrega, de la causa por la que él se jugó: su amor a los pobres y a los pecadores, su testimonio de un Dios misericordioso, su búsqueda de comunión, la prioridad que dio a la persona humana por sobre cualquier norma. Al resucitarlo, Dios nos ha dicho que vale la pena vivir como lo hizo Jesús, y que quien se entrega como él, no quedará defraudado.

Afirmamos también que quienes mueren en Cristo vivirán con él para siempre. La muerte, por tanto, no es la última palabra para el ser humano, sino la vida. Morimos para resucitar, para vivir transfigurados junto a Cristo en un cuerpo glorioso como el suyo. Con palabras de Santa Teresita de Lisieux, “yo no muero, entro en la vida”.

Un elemento esencial de la fe en la resurrección, es que no sólo el alma inmortal vive una vida nueva, sino “toda” la persona. Así como el Resucitado es el mismo Crucificado y no otro distinto, ni tampoco solo un espíritu, los muertos resucitarán con su propio cuerpo, manteniéndose así la unidad e identidad de la persona. Como lo enseña san Pablo: “se siembra lo corruptible y resucita incorruptible (…), se siembra un cuerpo material y resucita un cuerpo espiritual” (1 Co 15, 42-44).

¿Cómo y cuándo sucede todo esto? Es un acontecimiento que supera nuestra imaginación y entendimiento, pues estamos hablando de una acción de Dios que sostenemos y creemos por fe. Pero allí está precisamente la fe, ofreciendo un significado para una realidad tan presente en nuestra existencia como la muerte y dando una respuesta esperanzadora a esas preguntas profundas del hombre. En ningún caso este Mensaje es una ofensa para quienes han perdido un ser querido, sino la manifestación de su actualidad., pues la resurrección es una buena nueva también para hoy, justo en medio de esta pandemia. “Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó… vana es nuestra fe” (1 Co 15, 13-14).

Pero la resurrección no es solo para nuestro futuro. Porque Jesucristo vive, puede estar presente en nuestra vida diaria para llenarla de luz y alentar nuestro compromiso con el bien. Él no nos abandona y sigue actuando misteriosamente, aún en medio de la oscuridad. Al penetrar en nuestra historia, su resurrección da vueltas por el mundo suscitando gérmenes de vida nueva. Su resurrección no ha sido en vano.

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