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Modos de vida sustentables rescatan la naturaleza en la montaña de Ñuble

Matías (32) y Nicolás (25) Pimentel recuerdan que durante su infancia viajaban constantemente desde Santiago, al fundo de 3.300 hectáreas que su padre había comprado cerca del sector de Los Pellines hace más de veinte años. Mientras jugaban con sus amigos lo llamaban “la jungla” por sus cascadas, cuevas con estalagmitas y la densidad de sus bosques. Matías, publicista y diseñador, relata que hace unos años una persona realizó una toma del terreno y comenzó a talar los árboles, por lo que decidieron crear el proyecto de conservación “La Jungla de Peumayén”.

Para llegar hasta su centro de operaciones hay que recorrer al menos doce kilómetros desde el puente Los Mañihuales, por un camino enfilado de copihues, de canelos y cipreses. Matías, quien vive de septiembre a mayo en “La Jungla”, enfatiza que el objetivo del proyecto es crear un parque donde se practique el turismo y la educación en torno a la conservación.

“Deberíamos tratar de automantenernos, de saber cuál es el costo real de las cosas. En un departamento uno tira la basura, enchufa lo que sea, y no sabe qué hay detrás de eso, la idea de este proyecto es generar más conciencia”, asegura. Y es que en “La Jungla” todo se reutiliza, por lo que no existen basureros. Marla (24) mezcla los colores para pintar un sol en la fachada de lo que será la futura recepción. Es francesa y desde que terminó sus estudios de literatura y arte en París, viaja por Asia y Sudamérica.

Durante el verano participó en un workshop (taller) de construcciones de arcilla y barro ecológicas (técnica cob). Regresó hace unos días a “La Jungla” para dejar ese recuer-do en agradecimiento. “Esta pintura significa que la naturaleza está en ‘La Jungla’, todos los días aquí vemos la lluvia, el sol, las estrellas, las montañas, el río, el espíritu del bosque. Mi madre al principio estaba molesta, pero cuando se dio cuenta de que era feliz y le mostré lo que hacía cambió de opinión”, relata.

A “La Jungla de Peumayén” llegan voluntarios de todo el mundo, para participar de talleres ecológicos y conocer el lugar, que hasta el momento cuenta con dos senderos habilitados, y uno de ellos llegaría incluso a una cueva que habría sido utilizada por los hermanos Pincheira.

Actualmente, se trabajan con Conaf para implementar un circuito de senderos para el proyecto de Parque. Nicolás Pimentel, arqui-tecto, aprendió en Portugal la técnica cob, con la que han comenzado a realizar construcciones, la última es una sala de baño circular edificada con arcilla, barro y paja, que fue elaborado en el último taller impartido por una profesora norteamericana.

“Llega gente de distintos lados a aprender técnicas de constucción, nos contactan a través de internet”, detalla. Con el material cob tam-bién realizaron un horno en el que cocinan pizzas y pan. Además, la electricidad la generan mediante turbinas que funcionan con agua que viene desde los esteros. Ese es el sello que su padre aportó para “La Jungla”.

Nicolás destaca que su interés en la conservación se explica por diferentes motivos. “Fuimos a un colegio Montessori, y tuvimos una mamá que nos llevaba al cerro, pues vivimos en Lo Barnechea, en las afueras en la cordillera. También es la situación global, la deforestación, la contaminación. La gente no le da importancia, pero yo no puedo ignorar eso, el cambio tiene que empezar por mí, hay gente que decirse hacerse cargo de lo que pasa, y otra que se queda en el sistema, que le hace mal al planeta.

Queremos que lo que aprendan aquí, también lo implementen en sus casas, en la vida diaria”. Matías destaca que “les gus-taría tener más relaciones con Sernatur, con las universidades y colegios que quieran desa-rrollar cursos acá. Además de recibir voluntarios que vengan por un tiempo prolongado a aprender técnicas de construc-ción ecológica y a colaborar con el proyecto”.

Nicolás y Matías se encuentran realizando las termina-ciones de la sala de baño. Las ventanas están fabricadas con espacios cubiertos con botellas de vidrio, los envases plásticos de los alimentos son parte del relleno de la obra construida de barro. Afuera, la adorna una escultura de cob con forma de ciervo fabricada por Marla.

Fundación Lif

Cuando Quirijn de Klijn (41) era un niño, en su escuela ubicada en La Haya, Holanda, le dieron a él y a sus compañe-ros un pedazo de tierra para plantar un árbol. “Me gustó plantar y ver las semillas crecer. En mi cabeza mantuve siempre el interés en la naturaleza y en vivir en un lugar rodeado de árboles”, sostiene. Luego de terminar sus estudios de Planificación Territorial Urbana en la ciudad de Amsterdam, tomó su mochila y emprendió un viaje por Latinoamérica, a donde siempre quiso viajar “porque aquí, a diferencia de Holanda, se está dentro de la naturaleza”.

El amor hizo que de todos los países que visitó, escogiera Chile para realizar el proyecto con el que había soñado: un lugar con árboles a través del cual pudiese inculcar lo que el llama “econciencia”. Antes de lograrlo trabajó como agente de negocios de compañías navieras. “Era una forma de obtener recursos para poder conseguir un terreno”, explica.

En 2013, junto a tres amigos chilenos, inició la Fundación Lif -despejado en mapundun-gún- ubicada en un terreno de 4,6 hectáreas en Atacalco. Qui, como lo llaman en Lif, detalla que la filosofía de la fundación se encuentra en que “si quieres cuidar el medio ambiente, primero tienes que cuidar a ti mismo, eso nace por dentro, más que un acto físico, es espiritual, porque lo que hacemos, lo que pensamos, es lo que reflejamos”.

Qui relata que cuando comenzó a buscar un terreno “no los encontraba muy buenos y como aquí hay mucho pino y eucaliptus, era muy monótono el paisaje. Finalmente mediante una concesión estatal aprobada en 2016 llegó a los terrenos de Atacalco. Asegura que la primera vez que los vio, dos años antes, sintió que “todo estaba cumplido”. Recuerda que cuando llegó y comenzó la construcción del domo que alberga a los voluntarios y visitantes de la Fundación, los vecinos lo llamaban “el gringo loco”, y que sentían desconfianza de su proyecto.

Eso cambió con el tiempo, incluso el año pasado se reunieron en la Fundación para comer pizzas elaboradas en el hor-no de barro, fabricado con materiales sustentables. Qui enfatiza que no se reconoce ni como holandés, planificador o ecologista, pues no le Sebastián (25) conoció a Qui en un encuentro de semillas libres de modifica-ción genética. Allí, Qui lo convenció de realizar trabajos voluntarios en Lif, que van desde cuidar el huerto y el bosque alimenticio a reali-zar talleres enfocados en la agricultura sostenible. Con el tiempo, se convirtió en el guardián de Lif, con la misión de cuidar el lugar y de orientar a los voluntarios. “Estudié Técnico Agrícola y además viví en el campo con mi abuelo, por lo que siempre tuve una conexión con la naturaleza. Aprendí que podemos llegar a cambiar algo si nos ponemos de acuerdo como humanos. Nuestra meta es llegar a más pesonas, que cambiemos y dejar el camino del materialismo. Tenemos que escuchar el llamado de la tierra, la semilla es lo más frágil que tiene la naturaleza”, relata Sebastián. Todas las construcciones de la Fundación se han realizado con el apoyo de voluntarios. Qui ha participado en muchas de ellas, como el domo, los paneles solares, el inipi del temazcal -ceremonia espiritual ancestral que simboliza el vientre materno-, el mirador para meditación. Una de sus actividades preferidas es estar en el huerto con su hijo de seis años y asegura que la Fundación se parece a él, pues también es su proyecto de vida. “La meta es obtener re-cursos y mostrar métodos para la autonomía humana y para vivir con la naturaleza, que la gente se inspire y se dedique a esto, en vez de solo trabajar por el dinero y comprar en el supermercado”, enfatiza mientras contempla el bosque alimenticio, que asegura estará listo dentro de ocho años. Come un durazno, arroja el cuesco a la tierra y lo esconde. Está seguro de que esa semilla se transformará en un árbol. gusta encasillarse con nada. “Trato de no dogmatizar, soy solo un ser humano que vive en el planeta. Todos dejamos una huella, yo no soy el que sabe todo, también viajo en avión y he trabajado en construcción naval, pero la idea es minimizar en nuestro comportamiento el consumo”, admite. Lif se sustenta actualmente con el apoyo de donaciones privadas y con el trabajo de voluntarios que recurren a la Fundación para aprender a vivir de modo sustentable, principalmente a través de la permacultura, ciencia que practica la agricultura susten-table. También recibe grupos de alumnos que quieran par-ticipar de la experiencia.

El guardián de Lif

Sebastián (25) conoció a Qui en un encuentro de semillas libres de modifica-ción genética. Allí, Qui lo convenció de realizar trabajos voluntarios en Lif, que van desde cuidar el huerto y el bosque alimenticio a reali-zar talleres enfocados en la agricultura sostenible. Con el tiempo, se convirtió en el guardián de Lif, con la misión de cuidar el lugar y de orientar a los voluntarios. “Estudié Técnico Agrícola y además viví en el campo con mi abuelo, por lo que siempre tuve una conexión con la naturaleza. Aprendí que podemos llegar a cambiar algo si nos ponemos de acuerdo como humanos. Nuestra meta es llegar a más pesonas, que cambiemos y dejar el camino del materialismo. Tenemos que escuchar el llamado de la tierra, la semilla es lo más frágil que tiene la naturaleza”, relata Sebastián. Todas las construcciones de la Fundación se han realizado con el apoyo de voluntarios. Qui ha participado en muchas de ellas, como el domo, los paneles solares, el inipi del temazcal -ceremonia espiritual ancestral que simboliza el vientre materno-, el mirador para meditación. Una de sus actividades preferidas es estar en el huerto con su hijo de seis años y asegura que la Fundación se parece a él, pues también es su proyecto de vida. “La meta es obtener re-cursos y mostrar métodos para la autonomía humana y para vivir con la naturaleza, que la gente se inspire y se dedique a esto, en vez de solo trabajar por el dinero y comprar en el supermercado”, enfatiza mientras contempla el bosque alimenticio, que asegura estará listo dentro de ocho años. Come un durazno, arroja el cuesco a la tierra y lo esconde. Está seguro de que esa semilla se transformará en un árbol.

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