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Mirar más allá

Falta bastante para que la pandemia sea solo un mal recuerdo, pero cuando ello ocurra tendremos diferentes enseñanzas. Seguramente valorizaremos mucho más el trabajo colaborativo a distancia, cambiaremos nuestros parámetros de consumo y la manera cómo nos relacionamos con los otros.

Aunque parezca temprano decirlo, esta crisis debe ser vista como una oportunidad de mirar más allá de la coyuntura, para analizar los posibles cambios que como individuos y sociedad tendremos que emprender. Ya lo hicimos en la forma cómo nos movilizamos o cómo compramos. Igualmente, habrá que cambiar la manera cómo estamos concibiendo la planeación de la ciudad y de nuestro sistema productivo, probablemente ahora más demandante de flexibilidad laboral y virtualización de las actividades.

La pandemia también ha brindado la oportunidad de revalorizar a nuestros científicos y universidades y nos ha hecho reflexionar sobre la importancia de tener una salud pública robusta.

Una de los más graves efectos del coronavirus es que ha puesto fin a ese espejismo de seguridad y de control en el que vivíamos en las sociedades modernas. Las generaciones que habitan el mundo actualmente (con excepción de unos pocos) jamás habían sentido algo así. No les han tocado guerras mundiales, ni pandemias como ésta, que se expanden a través de fronteras sin importar si las naciones son ricas o pobres, desarrolladas o subdesarrolladas, socialistas o capitalistas, democráticas o represivas. De repente somos todos iguales, estamos todos igualmente expuestos y vulnerables.

La fragilidad de la vida, de lo cotidiano, es quizás una de las mayores lecciones que debemos aprender. Aprender o, quizás mejor, “recuperar”, sobre todo a la luz de las cifras de fallecidos y de contagiados que no paran de aumentar, y ante la incertidumbre de que no sabemos cómo resultará todo. Tomar conciencia de lo efímero, de lo frágil de todo, quizás pueda hacernos más fuertes.

Esta conciencia renovada debe hacernos crecer en compasión y en comprensión del otro, debe ayudarnos a disfrutar de lo cercano, del ahora, desahogando el mañana de afanes y miedos por lo que está por venir. Hoy sabemos que todo puede cambiar de la noche a la mañana, y esa rutina vital que cumplíamos de modo inconsciente trocó en otra que nos llena de temores.

Pero ser frágiles, reconocerlo, nos hace más fuertes. Pone en valor a los invisibles del sistema, a las cajeras de supermercados, a los recolectores de basura, a doctores y enfermeros, a todas esas personas que por la calle nos construían un pedacito de la cotidianidad que tanto echamos de menos: la fortaleza radica en saber que todos somos necesarios en este tejido social que llamamos Ñuble.

No sabemos qué traerá el mañana. Solo nos queda tratar de llenar de conciencia para discernir entre lo esencial y lo superfluo e intentar que esta prueba, muy dolorosa, nos enseñe por lo menos a ser un poco mejores. Si esta crisis no nos transforma, es que definitivamente somos muy necios y no hemos comprendido nada.

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