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Los insuficientes malabares para llegar a fin de mes con el sueldo mínimo

En la casa de Jimena Jara Navarrete hay un tarro bien tapado en una repisa, al fondo en la cocina. Ahí se va guardando la harina, esa que a veces sobra cuando prepara algo, pero que a veces desaparece del tarro cuando ya no alcanza para el pan.

Y cuando no alcanza para el pan es, generalmente, cuando tampoco alcanza para la micro y se tiene que ir al trabajo caminando, terminar la jornada y volverse caminando.

Es ahí cuando hay que decidir si pagar la luz o el agua o seguir comprando el pan, porque todo no se puede.

“Estoy trabajando haciendo el aseo en el hospital, que queda como a unas, no sé…, ¿15 cuadras de acá? Me voy y me devuelvo con una vecina que también le pasa lo mismo que a mí, como ganamos el mínimo y estamos con contrato, con los descuentos y todo eso, se nos acaba el sueldo antes de fin de mes”, dice.

Pero en su casa hay una regla de oro, “yo me puedo ir a pata para la pega, no desayuno y mientras estoy allá solo me tomo un café…pero a los niños no les puede faltar nada”.

Tiene tres, de 12, 8 y 3 años, quienes sí desayunan, (té, cuando no hay leche) se llevan una colación y como están en el Darío Salas, los pasa a buscar y a dejar un bus, menos a la más chica que está en un jardín cerca de su casa, en la Población Shangri La.

Una casa que le regaló el Estado luego que la que tenía antes -cuando estaba emparejada- se le destruyó para el terremoto.

“Yo gano el mínimo y soy testigo que no alcanza para el mes, no si tienes hijos que mantener. Antes trabajé años como temporera, pero los turnos nocturnos no los podía tomar por mis niños. Alguna vez pensé en el comercio ambulante, porque se gana más, pero no quiero una vida en la que haya que andar de ilegal o arrancando de los carabineros”, comenta.

Los juegos, los 12 juegos

Dice que como alumna fue buena, no era de las que faltaba a clases ni hacía la cimarra. “Estudié en el B12 y tengo mi título Técnico en Administración de Empresas, pero nunca encontré trabajo para eso. Pasaba el tiempo y no podía seguir sin pega, así que me metí en la fruta, y ahora haciendo el aseo. Me hubiese gustado haber seguido estudiando, pero no tenía plata”.

Nada de televisores enormes como caricaturizan algunos a los barrios más deprivados económicamente.

Tampoco hay celulares de última generación. Solo ella tiene uno, “es uno normal, pero los niños no ocupan celular”.

Hay un notebook en la casa. El que le regalaron en el colegio a uno de los niños, “pero no se ocupa mucho porque no tenemos Internet”, aclara.

¿TV cable?, “sí, pero compartido con mi mamá que vive acá al lado”.

Hoy, el desayuno es leche o té y un pan con mortadela o mermelada. Esto es 30 mil pesos mensuales solo en pan.

La colación es yoghurt y galletas para cada uno, “pero tienen que ser dos porque están en jornada completa”, aclara. 30 mil pesos más.

El almuerzo, generalmente es una cazuela, fideos, arroz, papas o legumbres con acompañamiento. Eso es como 40 mil pesos al mes, incluyendo huevos, ensalada y cosas para echarle al pan.

“Pero, a veces yo he pasado hambre. Ellos no. Casi siempre pasa eso de que te pones a buscar monedas en la ropa o debajo de los muebles, pero a veces no hay. Y ahí me ayuda mi mamá, o a veces la ayudo yo a ella, porque ella saca solamente la pensión básica y mi papá trabaja en la locomoción colectiva”.

Las verduras, las frutas, la ropa y algunos electrodomésticos se compran “en el persa, no más. La mercadería en el Acuenta o en otros supermercados mayoristas, igual con las vecinas o las colegas te pasas datos cuando hay ofertas, hay que hacer durar la plata”.

Nada de peluquerías, ni cosméticos, ni cremas para la cara, ni paseos al centro o vacaciones. “Para las vacaciones, a veces tomamos una micro y nos vamos a algún río. Nunca he ido al cine, no lo conozco. La única que ha ido fue mi hija mayor, cuando fue por el colegio. Para los cumpleaños no siempre hay tortas y no siempre hay para regalos. A veces ellos ven cosas en la tele o cosas que tienen otros niños y me las piden, pero no puedo. Lo bueno es que lo entienden”, dice.

Está distanciada con su marido. No sabe si hay vuelta.

“Tengo solo el amor de los niños, pero a veces llego cansada del trabajo y en cocinar, lavar y el aseo se me va el día. A veces, le echo de menos a ese otro tipo de amor. Pero si falta la plata las cosas se ponen feas, el amor se va por la ventana. Cuando hay problemas, son problemas que llegan para quedarse a vivir contigo, no hay para arreglos, como una gotera que tengo. A veces alguien te regala algo y a veces tú regalas, acá la clave es aprender a ser solidario, algo que la sociedad no tiene”, reflexiona.

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