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La felicidad de un hombre sin camisa

-“¿Y qué hace ese comunista pintando la Iglesia? Seguramente éste se vendió por plata. Quizá con cuánto vino de misa lo va llenar el cura”. Esto fue lo que mal pensaron muchos, cuando durante casi una quincena vieron colgar de un muy precario andamio a Carlitos Marín Tapia, encaramado solitario y alegre para hacer ese peligroso trabajo. Las cosas casi nunca son lo que parecen ser. La iglesia no se pintaba desde su fundación hacía cien años, básicamente por la altura y el riesgo que implicaba la maniobra. El caso es que en las misas el párroco se cansó de rogarle a su muy “católica” feligresía este servicio. Nadie reaccionó durante meses. Hasta que un día, en la puerta de la casa parroquial, apareció con gorro de pintor en la mano un muy sencillo hombre que se ofrecía sin costo a pintar la Iglesia. –Le agradezco profundamente Don Carlos, pero dígame Ud. y sáqueme de esta duda ¿Por qué a Ud. nunca la he visto en las misas?, le preguntó intrigado el párroco. -Lo que pasa Padre es que yo soy de izquierda y socialista y según mis ideas uno debe servir a la comunidad sin pensarlo mucho. Pero lo más importante, yo soy cristiano, aunque evangélico, y con mayor razón debo ayudar al prójimo en su necesidad. Alguien me contó que ésta era su necesidad. Y perdóneme Padre, lo que le quiero preguntar ahora es no más ¿cuándo comenzamos?…Tengo listo unos lazos para colgarme de allí, ve, justo de la cruz…”

El cura para siempre quedó conquistado por la virtud y la generosidad absoluta de esta “oveja de otro corral” que, como en ninguna del suyo, había encontrado semejante disposición absoluta al servicio. La amistad se hizo profunda y leal y hasta la muerte de ambos. Y así se le vio por quince días, a las 4 de la tarde, con todo el calor de la siesta, en pleno verano, oscilando sobre un cojín puesto en ese peligrosísimo columpio-andamio, apenas afirmado de cordeles. A los amigos que lo conocían y que desde abajo lo tapaban a bromas, sólo les sonreía detrás de la brocha. Un trabajo además lentísimo, pues en el pueblo, en esos años nadie sabía que existían los rodillos. Cuando el oía las críticas, los pelambres y las descalificaciones y les decía: “¿Que por qué le pinto la iglesia al Sr. cura? Les digo que yo lo hago pues porque soy albañil, pero también y sobretodo para pagar el pecado de mi vicio, porque ni aún arriba con la brocha puedo dejar el cigarrito”. Al final, el mismo cura, ya su mejor amigo, le tiraba las cajetillas desde nueve metros más abajo.

En las calles de Coihueco siempre se le vio alegre y respetuoso. Eran parte de ser, tanto el trato cordial y humano como la muy rústica bicicleta, su único bien. Ese era el medio que lo conectaba con personas, con causas y con diversos servicios humanitarios. Por encabezar tomas de terreno, era el único al que azotaba la policía. A su bicicleta le decían “espectro”, porque sobre su muy pobre vehículo, en vez de manubrio con frenos, solo llevaba un palo atravesado y sin pedales. Tenía que frenar aplicando el pie al desgastado neumático o bien, simplemente calcular y antes desmontarse al suelo. Pobre pero siempre feliz. No le importaban las bromas de otros sobre sus “huilas” al viento porque fluía con ellas. El mismo se reía de ese esperpento de vehículo, remendada con trozos de madera y unos hechizos pedales-muñones

Su consecuencia cristiana, su sentido de la dignidad y su absoluta confianza en la Providencia, se muestran en un gesto que ningún otro chileno ha hecho: renunciar voluntariamente a la pensión que en justicia le correspondía por haber sido torturado por el régimen militar y haber perdido el trabajo. “Yo podré haber sido exonerado político, pero no soy exonerado de mis manos para ganarme el pan. Gracias a mi Dios, El todavía me da salud y me clientes para la forja.” Nunca una revancha, nunca un gesto descortés a nadie, nunca un resquemor con quienes le hicieron daño, siempre sonriente y con una cita de la Escritura a flor de labios. En su tumba, en San Antonio, alguien puso con toscas letras rojas bajo Carlos Marín: “El que se humilla será ensalzado”.

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