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La confianza rota

Después del 18 de octubre pasado pareciera que los chilenos deberíamos ponernos a la tarea de encontrar en qué confiar y en quiénes confiar. Sin embargo, está fallando la oferta. Organizaciones y personas que forman parte de las instituciones donde debería dirigirse nuestra mirada no se encargan de dar señales verdaderas que permita creer en ellos. Y cuando falla la confianza, el orden entero de una sociedad se ve entorpecido, y actividades socialmente beneficiosas, como el desempeño de nuestra política, no pueden realizarse correctamente.

De acuerdo a la última encuesta CEP, conocida el jueves, la principal figura de nuestro sistema, el Presidente de la República, obtiene un respaldo de 6% -el más bajo desde el retorno a la democracia- y un rechazo de 82%. El Congreso está peor, con apenas un 3%, mientras que los partidos políticos anotan un miserable 2%, o sea prácticamente nadie confía en ellos.

Como éste, son varios los estudios que muestran que los problemas que enfrentamos como sociedad y originaron el estallido social tienen como causa última la falta de confianza en nuestras instituciones.

A nivel individual, cuando dudamos unos de otros, es imposible establecer relaciones estables, duraderas y positivas. Por otra parte, la confianza interpersonal permite a las personas establecer vínculos sociales para desarrollar acciones conjuntas, desde formar una familia, hasta un emprendimiento o un colectivo para defender los derechos de las minorías. Y por último, la confianza institucional es la que permite que las instituciones posean un mayor grado de legitimidad y estabilidad. Los países que logran esta trilogía de confianza presentan una mejor integración, desempeño económico y estabilidad democrática e incluso mayores niveles de felicidad.

De los resultados de la encuesta CEP también se puede deducir que los principales factores que erosionan la confianza son la desigualdad y la corrupción. Cuando los partidos políticos actúan sin transparencia; cuando los legisladores se venden a intereses corporativos; cuando se escoge al militante en vez del más capaz; cuando personajes corruptos asumen cargos políticamente relevantes; cuando las empresas se coluden, las expectativas no se ven cumplidas y la confianza se debilita, si es que no se rompe y a veces para siempre.

Cabe entonces preguntarse ¿cómo es posible recomponer la confianza? Hay dos cuestiones que son clave. Lo primero es entender que la confianza no se recupera de la misma manera en que se recuperan otras cosas, hay que ganársela. Y lo segundo, cambiar la atrofia actual por buena política: reflexiva, honesta, transparente y obviamente, plural, tal como queremos que sea la sociedad chilena.

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