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Inspirados en O’Higgins

Varios cambios tendrá hoy la celebración del natalicio de Bernardo O’Higgins en Chillán Viejo. Algunos tienen que ver con flexibilizar las medidas de seguridad y alentar la participación ciudadana y otras con una mayor envergadura del desfile militar; sin embargo todas estas medidas apuntan a un mismo objetivo: hacer de ésta una fiesta cívica que rescate la figura del Libertador, como alguna vez fue.

En efecto, tiempo atrás la cultura cívica acendrada en nuestra comunidad hacía del 20 de agosto una efeméride cargada de un potente simbolismo y en ello mucho tenía que ver la educación que antecedía a la valoración de su enorme legado. Esa cultura parece hoy en franca bancarrota. La gesta de O’Higgins no parece estar presente como los hechos gloriosos que fueron, sino más bien como un abanico de datos que se recuerdan más por compromiso cívico que emoción patriota. Ya no se piensa en la proeza que fue forjar una república soberana. A 241 años de su nacimiento, su figura parece parte obvia de un relato que avanzó dejando atrás el sentido que explica cómo y por qué justificadamente carga con el título de Padre de la Patria.

Bernardo O’Higgins no es una especie de ser mitológico que por atributos sobrehumanos forjó la independencia nacional. Fue un hombre de carne y hueso, pero igualmente un militar sobresaliente, un visionario político, adelantado a su época. Luchó contra el colonialismo español y la pretensión expansionista del bonapartismo, se jugó la vida y su fortuna por la independencia y la formación del Estado nacional, así como aspiraba al término de la esclavitud y a que el país formara a las nuevas generaciones. Quiso ofrecer educación para todos. Por ello creó la Escuela Militar y la Escuela Naval, así como construyó el Instituto Nacional, en su época, la primera y gran universidad pública en Chile.

O’Higgins asumió el desafío de echar las bases institucionales de la joven nación, contribuyendo a la redacción y promulgación de dos textos constitucionales y reconociendo los derechos de hombres libres de un suelo común. Avanzó en la separación de la Iglesia del Estado a través de la instalación de un cementerio general. Para la época, sin duda, una victoria de la tolerancia. En 1823, siendo Director Supremo, prefirió abdicar de su cargo para evitar un enfrentamiento, yéndose al destierro con la convicción de que más allá de todo estaba la patria.

Enorme lección de civismo que deberían recoger los representantes políticos, especialmente los de Chillán Viejo: abdicar de sus posiciones más duras para construir un futuro en base al diálogo, la convivencia democrática y el respeto al adversario.

Lejos de las apariencias, lo hecho por el más ilustre hijo de esta tierra tiene mucho que enseñarnos. Sus pensamientos profundos sobre la libertad, el rol del mundo indígena, los derechos de los nacientes ciudadanos, el laicismo en la relación del Estado y la igualdad de oportunidades que proviene de la educación muestran a un O’Higgins mucho más avanzado y progresista de lo que hasta ahora la historiografía conservadora ha mostrado. Un pensamiento y convicciones que tienen mucho que iluminarnos en temas que mantienen completa actualidad.

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