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Incertidumbre y esperanza

Hemos tenido que aprender a vivir con la incertidumbre y seguimos con muy pocas seguridades sobre lo que viene: ¿Disminuirán los contagios o habrá rebrotes? ¿Volverán las clases este año? ¿Avanzaremos en las etapas del paso a paso? ¿Podremos realizar aquella actividad planificada para fin de año? ¿Participará la gente masivamente en el plebiscito? Ni hablar de otras incertidumbres todavía más graves que viven muchos: si se encontrará o no un trabajo, si se podrá reabrir o no el emprendimiento que da el sustento, si alcanzarán los ahorros, etc. Vivimos sobre una “cuerda floja” y esto desgasta y desalienta, sin que se aleje el temor.

Ante la incertidumbre surgen las expectativas, unas más realistas que otras: que venga pronto una vacuna, que los contagios bajen de verdad, que la economía y el empleo se recuperen, etc. Pero a menudo las expectativas no nos comprometen, las miramos más como algo que depende de otros o de las circunstancias, manteniéndonos en lo personal más bien paralizados o simplemente observadores.

Distinta es la esperanza, que sí nos compromete, porque se apoya en la convicción de que podemos y necesitamos buscar juntos un mundo mejor, con la consiguiente decisión de asumir nuestra parte en aquellas acciones que pueden hacer posible el futuro inmediato y remoto que anhelamos.

Hay muchos que han contribuido y siguen aportando a una esperanza que achica la incertidumbre: los vecinos que se han organizado en los comedores y las instituciones que les han apoyado; las personas y grupos que actúan con responsabilidad en la convivencia diaria, ateniéndose a protocolos y cuidados mutuos; los educadores y familias que apoyan a los estudiantes en su desarrollo escolar; los que construyen comunidad de muy diversas formas, etc. No olvidamos las adversidades y la dureza de la realidad, pero cuando el bien triunfa sobre el mal, la afirmación de la vida sobre los signos de muerte, y la solidaridad sobre el egoísmo e el individualismo, vemos que en la humanidad hay muchas reservas de esperanza.

Pero la esperanza, en perspectiva cristiana, se apoya sobre todo en Dios, que abre un camino al futuro incluso cuando todo parece cerrado y acabado. Así como sembró vida al crear el mundo y nos liberó de la muerte por medio de la resurrección de Cristo, volverá a darnos libertad y plenitud en fidelidad a sus promesas. Por eso la esperanza no se apoya tanto en nuestras fuerzas o es solo una conquista humana, sino que es fruto de la fidelidad de Dios, que promete estar siempre con nosotros. La fidelidad de Dios es la principal razón para seguir esperando.

La presencia de Dios en medio nuestro no suprime los problemas. Por eso la esperanza no es ilusa, sino realista y con sentido crítico. Pero en medio de la oscuridad siempre ve una luz, porque es Dios mismo quien está comprometido en el triunfo de la luz sobre las tinieblas. Así el Señor nos alienta, para no encerrarnos en el temor, sino asumir con una actitud activa nuestro compromiso histórico por la justicia y la paz. “Es el contagio de la esperanza” que brota de la resurrección de Cristo, nos dice el Papa Francisco, y que no es “una fórmula mágica que hace desaparecer los problemas (…), sino la victoria del amor sobre la raíz del mal”.

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