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Hipercomunicados y aislados

Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) han tenido en las últimas décadas un notable impacto en la vida cotidiana como consecuencia de su masificación.

En el año 2000 existían 3.401.525 abonados a la telefonía móvil en el país, hoy llegamos a 25 millones. En Ñuble, por ejemplo, en dos décadas de telefonía celular se pasó de tener una penetración de 12% por cada cien habitantes a 107% en 2018. Es decir, un número importante de personas cuenta incluso con dos smartphones, aparatos que tienen la característica de ser computadoras personales ultraportátiles, lo que habla a las claras de una necesidad creciente de estar cada vez más conectados, en todo momento, en todo lugar.

Esto trae aparejadas cosas positivas, como acercar gente a miles de kilómetros de distancia y permitir intercambios con gran cantidad de personas en tiempo real, lo que demuestra que la tecnología no solo es útil, sino necesaria. Pero también puede llegar a ser dañina si se convierte en una obsesión. Por ella se empobrecen los intercambios comunicacionales cara a cara. Cuando esto sucede, se crea una modalidad de comunicación que se torna paradójica en tanto que crea la ilusión de estar comunicado, cuando en realidad se está aislado. Los especialistas advierten que hay adicción cuando no se puede prescindir del celular y su uso es compulsivo.

En promedio, una persona ve su celular unas 150 veces al día (suena exagerado, pero esta cifra representa unas 10 veces por hora), algunas muchas más. Según un estudio de la consultora Tren Digital, presentado la semana pasada, el 91% de los chilenos lo primero que hace al despertar en la mañana y lo último que hace en la noche, es revisar su celular. Por otra parte, la imposibilidad de estar lejos de estos aparatos es tal, que el 83% se ha tenido que devolver a su casa a buscarlo e incluso el 57% sale a hacer actividad física con él, aunque le resulte incómodo.

Igualmente, un reciente estudio de la consultora Visión Humana revela que las redes sociales, sobre todo Instagram y Facebook y el sistema de mensajería multimedia WhatsApp, encabezan la lista de actividades que se hacen en Internet y su papel crece cada vez más en importancia, incluso si no se participa de ellas activamente.

Están aquí y son una realidad que se impone con gran fuerza y por ello mismo es necesario prestarles mucha atención. De hecho, las convocatorias multitudinarias que hubo tras el estallido social del 18 de octubre las tuvo como protagonistas casi exclusivas, confirmando así su repercusión en la sociedad.

Por eso es muy importante tomar seriamente la responsabilidad de entender todas sus potencialidades sin, al mismo tiempo, dejar de tener en cuenta todos sus riesgos.

Las nuevas tecnologías no han hecho más que brindar hasta ahora ventajas para manejar nuevos conocimientos o encontrar distintas soluciones a muchos problemas. No sería justo entonces que se las considerara peligrosas en sí mismas, pero su uso sí puede serlo si no se presta atención a sus efectos no deseados, tales como la posible pérdida de la intimidad por el alto grado de exposición de los datos personales, la difusión de noticias falsas y mensajes que incitan al odio y violencia, y por último, algo que debería preocuparnos mucho en Ñuble, como es el peligro de que ahonden la brecha entre ricos y pobres debido a las diferentes oportunidades que se otorgan a quienes están conectados y a quienes no lo están.

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