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Gobernar con sentido de urgencia

Diez días se demoraron los chinos en construir un moderno hospital para hacer frente a la propagación del virus de Wuhan (Coronavirus). El sentido de urgencia en la gestión pública está presente no solo en lo mundano, sino también en lo divino. Dios tardó apenas 7 días para construir todo lo que conocemos. Chile parece ser la excepción, solo en el sistema público de salud, mueren en listas de espera más de 70 personas por día.

A partir del 11 de marzo de 1990, los gobiernos en Chile hicieron una tarea notable. Demostraron ser capaces de dar gobernabilidad y desarrollo al país, algo que los próceres de la dictadura habían puesto en duda. En un período de escasos 8 años, fueron capaces de duplicar el pib per cápita y reducir la pobreza a la mitad. La magnificencia del logro fue posible gracias al sentido de urgencia que imprimieron los responsables de administrar el país, frente a la atenta e incrédula mirada de la población y el mundo.

Durante el decenio siguiente, seducidos por lo halagos proveniente del exterior, el sentido de urgencia de la gestión pública se concentró en profundizar el avance en las variables agregadas de la economía. Los resultados siguieron siendo notables – el pib per cápita creció en casi 8 veces y la pobreza se redujo nuevamente a la mitad. Pero en este período, algo importante había cambiado respecto del período precedente: junto al creciente ego de los agentes de poder interno, alimentado por las loas de los agentes externos, el sentido de urgencia se había circunscrito a los resultados de las variables agregadas de la economía.

En este ambiente, la población percibe una brecha creciente – e insostenible – entre su situación personal con el resultado promedio de la economía. Era evidente que ese proceso implicaba una acumulación brutal de riqueza. Hoy cosechamos los frutos de dicha siembra.

Recuperar la gobernanza general con sentido de urgencia particular, es una tarea prioritaria de la nueva estructura de gobernadores regionales. Los Intendentes actuales no tienen la capacidad ni las herramientas para gobernar con sentido de urgencia local. Para quienes vivimos y estudiamos la realidad regional, hemos constatado el creciente desequilibrio en el desarrollo del territorio, tanto a nivel inter como intrarregional. La actual estructura de gobiernos regionales, ha mostrado ser incapaz de cambiar el rezago económico de los hogares. Los gobiernos regionales de las regiones del Biobío y de Ñuble, en lo particular, han sido meros observadores de la extinción de vastos sectores industriales, la migración de la población rural, la fuga de talentos, la precarización del mercado laboral, la pobreza dura en zonas del territorio que generan una enorme riqueza, etc.

Quienes sufrimos por la falta de oportunidades de la economía regional, necesitamos que esta pasividad termine. Los gobiernos regionales deben actuar con sentido de urgencia en cambiar esta realidad. Deben ser capaces de asumir, con generosidad, que el centro de la gestión son las oportunidades que requieren las personas que habitan el territorio para desarrollarse. Deben entender que la alta política está diseñada para que se ejerza por y para el pueblo. 

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